Escriben Viviana Mazur y María Eugenia Otero
La Educación Sexual Integral “es un derecho ya conquistado que defienden los docentes con su trabajo”.
Un desafío –reconocen las autoras en este artículo– que a partir de la pandemia se complejizó con el cierre de aulas y la necesidad de apelar a nuevas herramientas. Aquí reflexionan sobre una experiencia del Postítulo de ESI del Joaquín V. González, los esfuerzos por resistir a los embates del Ministerio de Educación de la CABA sosteniendo el encuentro pedagógico y el compromiso de seguir llevando la Educación Sexual Integral a las aulas.
En tiempos de incertidumbre y desesperanza, es imprescindible gestar proyectos colectivos desde donde planificar la esperanza junto a otros / Enrique Pichon-Rivière
La Educación Sexual Integral interpela nuestras subjetividades, porque desde tiempos inmemoriales hasta la actualidad hemos recibido adiestramientos con relación al género y la sexualidad. El disciplinamiento que atraviesa a la familia, las instituciones educativas y los espacios que transitamos, deja huellas, inscripciones de mandatos y rígidas representaciones en nuestras matrices de aprendizaje. Por eso, es un desafío pensar en educación sexual con una mirada amplia sobre la sexualidad, perspectiva de género y diversidades y enfoque de derechos.
La ESI es un derecho conquistado con la sanción de la Ley 26.150, que se defiende cotidianamente con el hacer y el compromiso de gran cantidad de docentes, que también responden a un reclamo de lxs estudiantxs.
Desde 2006 hasta hoy podemos enumerar avances y logros, producto de la obstinada insistencia del movimiento de mujeres y las organizaciones LGBTI: el matrimonio igualitario, la ley de identidad de género, las movilizaciones por ¡Ni una menos!, la visibilización de violencias silenciadas, la multiplicación de las reivindicaciones de los feminismos y la discusión en cada rincón del país por el derecho al aborto legal, seguro y gratuito. En los últimos años, la acometida de algunos discursos que parecían superados amenazaron con retrocesos considerables. Nos piden que no nos metamos con hijxs que creen que son de su propiedad, mientras se meten con los derechos de todxs. En ese escenario, la ESI, más que un reto, se convirtió en un combate al que le ponemos el cuerpo.
En el contexto de la pandemia, sostener la ESI se complejizó aún más. En tiempos en los que, en el mundo, la consigna es el aislamiento, cuidar proyectos colectivos y fortalecer los lazos es indispensable. Mientras cada día contamos contagios y muertes, pensar en la fuerza de lo vital es un acto de rebeldía. Mantener un vínculo educativo, que se nutre de las circunstancias y las convierte en aprendizajes, es una apuesta al futuro. Y seguir luchando por el derecho a la Educación Sexual Integral se transforma es un mandato irrenunciable.
Quienes formamos parte del “Postítulo de ESI del Joaquín”1, como lo llamamos cariñosamente, tomamos esas premisas y las hicimos carne desde el primer día de decretado el aislamiento. De pronto, el aula, ese espacio privilegiado que pone en juego lo que traemos pero también nos desafía a construir algo nuevo, se cerró. Quedamos como mirándonos sorprendidxs, en un ¿y ahora qué? El primer reflejo fue juntarnos, recurriendo a herramientas que desconocíamos –no sin resistencias a que una pantalla sea intermediaria de nuestras emociones y nuestras reflexiones– para amucharnos a pensar. Hicimos lo que tantxs docentes de nuestro país han hecho: sostener el aula aunque sea en la virtualidad. Escucharnos como equipo, registrar los temores y los dolores de cada unx, que se reflejaban como un espejo en los temores y los dolores de lxs estudiantes.
Con muchas dudas, convencidxs de no resignar la profundidad de nuestra formación y no parecernos a esas capacitaciones breves, exprés y a distancia, que ganan cada vez más adeptxs en espacios de poder, decidimos buscar formas de sostener un encuentro pedagógico posible, con el compromiso de seguir llevando la Educación Sexual Integral a las aulas. Dimos inicio a las clases, resignamos muchas cosas pero cuidamos que circule la comunicación y el afecto entre docentes y alumnxs. “Con muchas ganas de que la pesadilla de la pandemia pase”, “extrañando fuerte esas aulas repletas de mates y debates”, pero “con la emoción y la alegría de saber que nos vamos a encontrar”.
Después vino la lucha para poder abrir la cursada de la nueva cohorte, en lo que entendimos fue un intento de las autoridades de la ciudad de acabar con nuestro postítulo o al menos de convertirlo en una propuesta tibia y recortada. Cientos de videos de egresadxs inundaron las redes con relatos de sus experiencias y aprendizajes. Recibimos miles de firmas y apoyos. Dimos batalla en todos los frentes y se logró la continuidad. Nos preguntamos por qué en medio de la emergencia sanitaria ponían tanta energía para intentar una vez más “sacarse de encima el Postítulo de ESI del Joaquín”. Podemos ensayar algunas respuestas.
Hay debates previos que venimos sosteniendo a propósito de qué estamos nombrando cuando hablamos de Educación Sexual Integral, y que en estas circunstancias cobran aún mayor vigencia y valor.
Desde hace 10 años, nuestro Postítulo forma docentes de todos los niveles para llevar adelante recorridos en las aulas que permiten hacer realidad derechos. En ese camino, nos encontramos con enormes desafíos. En primer lugar con el de reconocer que no hay una sola posibilidad de Educación Sexual Integral y por eso debatimos, construimos y defendemos la ESI en la que creemos.
Cuando intentan cooptar ese concepto y reducirlo a premisas políticamente correctas, pero edulcoradas, proponen cuidar el cuerpo y la salud, con una mirada únicamente preventiva de embarazos no intencionales e infecciones de transmisión sexual; también propician valorar la afectividad y los vínculos, pero solo los que el statu quo privilegia; Reconocen una perspectiva de género que cuestiona estereotipos y juguetes, pero no desoculta las relaciones de poder; enseñan a respetar la diversidad desde la certeza que existe una normalidad y por fuera de ella está “lo otro” con el que debemos hacer un ejercicio de tolerancia.
Nosotrxs elegimos visibilizar relaciones de género como relaciones de opresión. Cuestionar activamente el rol de la escuela y del modelo médico hegemónico, sus prácticas de poder y control sobre los cuerpos y las identidades desde un posicionamiento activo, disidente, que ponga en cuestión cualquier intento de normalización. Repensar el rol docente, y el modelo bancario de la educación tradicional, y construir vínculos que siempre son de enseñaje, en que aprendemos y enseñamos.
Nuestra consigna “Por el placer en las aulas” significa pensar la ESI como una práctica de emancipación, para que el aula se convierta en un espacio de libertad.
El proceso del Postítulo implica un recorrido personal. Lxs docentes que se inscriben, en general, se sienten sin herramientas para ponerse frente a un grupo de alumnxs con un tema que compromete lo ideológico y remite a lo aprendido en la familia.
(Esa misma familia que quienes dicen que no nos metamos con sus hijxs reivindican como un hecho natural y un espacio incuestionable, pero que, ante la ESI, a veces aparece como el infierno en el que se vulneran los derechos más básicos de lxs niñxs).
El proceso de formación significa poner en cuestión ideas ligadas a nuestras matrices de aprendizaje: la familia, la masculinidad, la feminidad, la maternidad. Para eso necesitamos construir vínculos habilitantes, crear lazos fuertes y solidarios, apostar a la grupalidad y al afecto.
Con mayor complejidad para garantizar contenidos, lecturas y tareas, la movilización subjetiva que provoca el recorrido sigue ocurriendo en la virtualidad. Los lazos y las redes se tejieron, y los canales de comunicación abiertos dieron lugar, a los pocos meses, a la aparición de lo que veríamos como un portavoz de los padecimientos y malestares, que necesitan espacios para ser procesados.
“Me siento algo extraña y desubicada por la modalidad virtual. Me cuesta mucho ubicar las materias, separarlas en mi cabeza. Parece todo pertenecer al mismo pastiche”, planteó alguien cuidadosamente y resaltando en el mismo mensaje cariño y respeto por la labor del equipo docente.
Entonces empezaron las resonancias. Muchxs de sus compañerxs respondían a ese mensaje en la misma línea. Sentían desorientación en relación a las materias y los espacios, que no lograban discriminarse. El “pastiche virtual” era una imagen compartida, que a veces se traducía en una “ensalada en la cabeza”. Expresaban agobio, agotamiento, desborde, desgano. Estas personas adultas se animaban a mostrar sufrimiento, incluso sensaciones de exposición “en relación a las canas, las ojeras, la cara lavada y marcada por la angustia”.
Una de las imágenes que describían nos interpeló y nos hizo sentir identificadxs: “Es como estar tirando cosas al vacío y no saber si alguien del otro lado las agarra”. Estábamos del otro lado, leyéndoles, escribiendo devoluciones para sus producciones, pero no alcanzaba. Por momentos nosotrxs también sentíamos que tirábamos cosas al vacío y nos preguntábamos si las estaban recibiendo del otro lado.
El espacio del aula, que no había podido ser este año, se revalorizaba. Los recuerdos de placer compartido lo traían al presente, mientras casi todxs habitabámos un único lugar posible, muchas veces compartido con otrxs, en una situación en la que lo público no es posible, pero lo íntimo se vuelve público y el aislamiento se vive como encierro. En ese sentido, una alumna expresó: “Me siento corriendo con las manos extendidas por pasillos circulares”.
Nos emocionamos leyendo mensajes que añoraban “lo cálido” y “la magia” del año anterior. “Siento que me estoy perdiendo una oportunidad hermosa de sentir en el cuerpo esa felicidad que da el construir conocimiento desde el aula. Se extraña el encuentro, la emoción de cada madrugada de sábado (extraño renegar por levantarme tan temprano).Se extraña el compartir el aula, llegar dormida y buscar caras familiares, el mate que pasa, las galletitas, y la palabra, la cara, el consejo, la explicación y la presencia de les profes”. “Extraño mucho el espacio físico, lxs cuerpxs, lo real”…
Nos convencemos cada vez más de que esto también es real, pero en soporte virtual. Es tan real que el vínculo que construimos con esas personas les habilitó la posibilidad de poner en palabras sus emociones y sentimientos.
En los intercambios se apropiaron también de la importancia de este espacio como sostén de las propias identidades: “El estudio me ayuda a focalizarme en lo que me gusta, sentir que el mundo no me está llevando puesta, pensar que esto que hago hoy tiene impacto mañana porque ese mañana está ahí esperándome”. “Soy resistencia”. “Le estoy poniendo corazón y mente…, pero ¿y el cuerpo?”.
En el Postítulo trabajamos el concepto de protovínculo, el significado de esa función y lo que necesitamos en los primeros momentos de vida de quien cumple ese rol que llamamos materno.
Repasamos en nuestras reflexiones esos conceptos luego de los mensajes. Era evidente que en un momento de tanta vulnerabilidad, estas personas adultas necesitaban de nosotrxs la escucha, la mirada, el sostén y la continencia.
Estábamos aprendiendo a sostener vínculos reales en soportes virtuales. Y aprendimos que necesitamos saber que hay alguien del otro lado, no de una vez y para siempre, sino transmitiendo de manera permanente que les estamos leyendo y escuchando.
Grabamos un primer video como respuesta. En él les contamos que nosotrxs también nos sentíamos angustiadxs y frustradxs, pero que sostener el espacio era también sostenernos. Comenzamos a producir más materiales audiovisuales en cada materia, a poner más palabras, a generar más encuentros sincrónicos.
Pensábamos en la mirada como elemento organizador de la subjetividad en los primeros momentos de la vida, cuando leímos que necesitaban vernos y tener nuestra imagen para reconocer(se) en nuestros rostros. “Los videos suman muchísimo y ayudan también a entender y a bajar la ansiedad de la desorientación”. “El recurso del video es fundamental, los ubica en sus consignas con sus caras, son representables en mi cabeza e identificables”.
Pudieron valorar la pertenencia al espacio y sentirse contenidxs en la grupalidad: “Personas maravillosas que me sostienen y sostuvieron en momentos difíciles que transité”. “Qué alivio cuando te das cuenta que no estás sola (ni loca) en ese sentir, sino que hay muches en la misma. Y cuánta compañía se siente en esas palabras que abrazan desde donde está cada quien”.
Cuando en medio de la pandemia, casi como un sarcasmo, nos enfrentamos al Ministerio de Educación de la CABA con nuevos cuestionamientos a nuestra formación, y decidimos aceptar el desafío del formato virtual porque era la única posibilidad, creímos que estábamos sosteniendo el espacio, que año a año parece estar cada vez más en peligro.
Pero pronto nos dimos cuenta de que también nos estábamos sosteniendo a nosotrxs mismxs, a nuestras identidades, y que estábamos valorando nuestro pasado y nuestro recorrido, poniéndole el cuerpo al presente de un modo posible, para proyectar un futuro. Justamente porque estamos planificando la esperanza junto a nuestrxs alumnxs.
Notas:
1 Instituto Superior del Profesorado Dr Joaquín V.González.
Viviana Mazur es médica generalista, coordinadora del Postítulo Especialización en Educación Sexual Integral en el ISP Joaquín V. González.
María Eugenia Otero, psicóloga social, integrante del Consejo Académico del Postítulo Especialización en Educación Sexual Integral en el ISP Joaquín V. González.
Imagen de apertura: Pañuelazo en la puerta del ISP Joaquín V. González en 2018.
FUENTE: REVISTA LA MAREA