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La situación de opresión que sufren las mujeres en esta sociedad es una opresión específica.

una doble opresión, por ser mujeres y por ser explotadas. La autora rastrea en este artículo[1] los orígenes de tal opresión.


El movimiento de mujeres, aún en las condiciones tan difíciles de la pandemia, sigue presente con muchísima fuerza. Es un movimiento muy heterogéneo, muy complejo y que está en desarrollo. Cada instancia para reflexionar sobre la larga lucha de las mujeres nos compromete, como cuestión principal, a seguir fortaleciendo ese movimiento. Al mismo tiempo, es necesario profundizar en la complejidad de su desarrollo porque hay problemas muy importantes, algunos nuevos, a los que debemos aproximar alguna respuesta, lo que no significa tener una solución, ya que el día que tengamos todo resuelto también habría que pensar que llegó a su fin.

Comenzaremos con una breve referencia a la situación actual para ir después a los temas propuestos. En primer lugar, el origen histórico de la opresión de las mujeres, para comprender la raíz de sus luchas –guiadas por esta idea tan sabia de Mao Tsetung: “donde hay opresión hay resistencia”–, ya que se pueden entender más profundamente las luchas de resistencia si se comptrenden las causas que las provocan.

En segundo lugar, sintéticamente delinearemos el desarrollo histórico del movimiento de mujeres llegando hasta el momento actual.

Finalmente, abordaremos algunos de los debates presentes hoy en el movimiento de mujeres. 

Situación actual

Sabemos que vivimos una situación muy grave y difícil, una crisis muy profunda, donde esta pandemia –verdadera catástrofe sanitaria- agravó todas las otras crisis que venimos sufriendo hace décadas, que se profundizaron en los fatales cuatro años de gobierno macrista. La derrota de la política macrista tuvo como núcleo clave la lucha de “los Cayetanos”, que permitió acumular fuerzas al movimiento popular en las calles contra las políticas del macrismo y contribuyó a la convergencia en un frente político, el Frente de Todos. La derrota electoral fue ajustada, pero fue un golpe a un sector de gran poder económico y una base de sustentación social que se ha expresado repetidamente en las calles.

Muchas mujeres que están en la primera línea protagonizando la lucha para resolver en algo los problemas de hambre y de salud dicen: “No queremos ni imaginarnos lo que sería esto si todavía estuviera Macri”, basándose en la experiencia que vivieron en sus barrios bajo su gobierno por la política en educación, salud, de reducción de presupuestos en comedores, además del feroz endeudamiento externo.

La pandemia requería resolver los problemas urgentes generales, pero, particularmente a los más pobres, porque ataca en forma muy cruel a los sectores que están en las peores condiciones de vivienda, sin agua, sin alimentos y sin trabajo.

Durante el gobierno de Alberto Fernández se aprobaron las declaraciones de emergencia alimentaria y en otros aspectos. Pero aún no se incluyó la de “emergencia nacional en violencia contra las mujeres”. Este es uno de los centros de la lucha en la que estamos: que se apruebe una ley que declare esa emergencia. Hay proyectos presentados en el Congreso, entre ellos uno impulsado por la diputada Verónica Caliva, pero aún no se ha logrado que sean tratados.

A pesar de la pandemia, las mujeres seguimos protagonizando grandes luchas, como, por ejemplo, en Neuquén por el femicidio de María Marta Toledo en Centenario, una localidad próxima a la capital neuquina. En la marcha se exigía como primera cuestión que se declare a nivel municipal, provincial y nacional la emergencia en violencia contra las mujeres.

Otro hito importante es el de la lucha que permitió que se aprueben “promotoras de salud” remuneradas y vivienda para refugio en Pilar, en Córdoba. Hasta hoy hay poquísimos refugios para las mujeres, en algunas provincias no hay ninguno. Es necesario hacer un inventario para saber con cuántos refugios contamos, porque no hay cifras oficiales. Estoy en el Consejo Asesor del Ministerio de las Mujeres, Géneros y Diversidad y esta es una de las tareas que tenemos por delante porque no logramos saber cuántos refugios hay en nuestro país.

Las compañeras que están en la primera línea cocinando en todos los comedores del país cuentan cómo sufren cuando se ve el fondo de la olla y todavía hay colas esperando por la comida. A esas compañeras también tenemos que rendir un homenaje especial porque muchas han dejado su vida en esa tarea solidaria.

La emergencia alimentaria está lejos de ser resuelta. Alrededor de once millones de argentinas y argentinos van a los comedores, muchos que no iban antes y algunos comedores no pueden funcionar todos los días por falta de alimentos. El gobierno ha tomado medidas, pero aún son muy insuficientes. La situación crítica para los más pobres se agravó con el aumento de la desocupación durante los meses de pandemia. Aunque legalmente se prohibieron los despidos, han seguido despidiendo y solo la lucha popular logrará que se cumpla la ley.

Con la violencia de género pasa algo parecido, no solo aumentaron los femicidios –que es la forma extrema de la violencia contra las mujeres, la que lleva a la muerte–, sino la violencia doméstica. Sabemos perfectamente que el femicidio nunca es el primer hecho de violencia, sino la consecuencia de una serie de situaciones que muchas veces las mujeres denuncian infructuosamente. Es otro de los elementos de la opresión de la mujer que se expresa en la conducta policial y en lo jurídico.

Desde que comenzó la pandemia se produjeron 279 femicidios[2] por la violencia machista, porque la situación de encierro agudiza el problema de tener que vivir con el agresor, el violento, dentro de la casa todo el tiempo. Siempre hay que recordar que cada una de las víctimas implica a la vez otras víctimas que son los chicos y la familia.

Estas situaciones de violencia son tremendas, pero a la vez, no cesa ni se suspende la lucha contra el hambre y tampoco la lucha de las mujeres. Somos nosotras, las mujeres, las que nos organizamos y actuamos en todo el país ante la falta de acción efectiva del Estado. Es una red de lucha de las mujeres que se fortalece.

La crisis se profundiza y es necesario recordar una ley que es inexorable: “cuando no se golpea arriba, se descarga abajo”. O sea, el gobierno ha seguido descargando la crisis abajo en los casos que hemos mencionado y en muchos otros. Por lo tanto, vuelve a darse una situación que ya conocemos, donde cuando no se avanza en beneficio de los sectores populares se retrocede, lo que favorece y envalentona a la derecha reaccionaria y gorila que se referencia políticamente en “Juntos por el cambio”.

El país y el pueblo tiene que librar grandes batallas, entre ellas la de no seguir pagando la deuda sin investigarla, porque los millones de dólares que nos robaron durante el macrismo resolverían gran parte de los problemas que tenemos. Pero también servirían para implementar un plan eficaz para el desarrollo de una industria nacional autónoma. La Argentina está en condiciones, como se hizo en otros tiempos, de hacer aviones y satélites como lo hizo el INVAP junto a la CONAE. Es decir, tenemos recursos humanos y las condiciones objetivas para un desarrollo económico independiente, que proporcione un trabajo de buena calidad para todos los argentinos. La idea de que “no se puede”, que Argentina es pobre y que no hay plata es mentira. Argentina es un país rico, el problema es a dónde van los millones de dólares que es el producto del trabajo y del esfuerzo de todo el pueblo. Es necesario, que la crisis no la siga pagando el pueblo y que el país pueda resolver un desarrollo independiente del imperialismo y que termine con el latifundio, los monopolios, la banca financiera, etc.

El movimiento de mujeres al igual que los movimientos sociales, la clase obrera y el pueblo van arrancando dentro de este sistema todo lo que pueden para ir paliando en algo la dificilísima situación que soportan. Pero solo en un proceso de liberación nacional y social podrán las mujeres, como el conjunto del pueblo, liberarse definitivamente.

El origen de la opresión

En esta situación, que hemos reseñado sucintamente, las mujeres no sólo sufrimos en esta sociedad la explotación por ser parte del pueblo y de la clase obrera sino una opresión específica por ser mujeres, por eso hablamos de doble opresión. Sufrimos por ser pobre y ser mujer, como dice la bella poesía de Carmen Soler. Sufrimos también por ser originarias y ser mujer, por ser obreras o campesinas y ser mujer, por ser negras y ser mujer, cargamos siempre, además, la mochila de sufrir por ser mujer: es nuestra opresión específica.

La opresión de la mujer no existió siempre, sino que surge en determinado momento de desarrollo social, hacia el final de la llamada comunidad primitiva o comunismo primitivo, que fue hace decenas de miles de años, y tal vez podamos hablar de millones de años si pensamos en el largo proceso en que se gestó al Homo Sapiens.

Para este tema siempre recomiendo el trabajo de Federico Engels, El papel del trabajo en la transformación del mono en hombre, que aunque tiene más de cien años y en muchas cosas puntuales fue superado por nuevos descubrimientos científicos, el núcleo principal de ese análisis sigue siendo absolutamente correcto y esclarecedor. En ese texto se muestra con claridad cómo en esa comunidad primitiva había igualdad de sexos, había una unidad social basada en la cooperación. Era así por una necesidad objetiva, porque siendo como especie mucho más débil que las especies que había en el contexto aquel de hace millones de años–al menos dos millones transcurrieron en ese proceso–, solo cooperando se podían defender esos pequeños grupos humanos de los peligros naturales. Y también de otros grupos vecinos que disputaban por la cantidad de productos bastante escasos en esa etapa basada en la recolección. Señalo la cooperación, porque entre las ideas incorrectas que se han metido está que el individualismo y la competencia que caracterizan a este sistema social, y en general a todo el sistema de clases, son de origen natural, o sea que es propio del género humano. Esto es absolutamente falso, no solo porque vemos la capacidad de solidaridad que existe hoy en nuestro pueblo, en nuestras mujeres, sino porque la humanidad no hubiera llegado hasta donde hoy estamos si no hubiera primado la solidaridad y la cooperación en sus orígenes. A su vez, esa necesidad significaba que tanto mujeres como hombres tenían que participar en la producción de su propia existencia. Esto es lo que diferencia al hombre de los animales, que no solo se reproduce y se adapta a las condiciones que encuentra, sino que tiene la capacidad de transformar aquello que encuentra. Esa capacidad se articula a través de algo propiamente humano, único, que es el trabajo. Esto lo fundamenta también con trabajos muy serios el investigador inglés Richard Leakey, entre ellos en su libro El origen de la humanidad.

Entonces, el lugar que cada uno ocupa en la producción, en el proceso de trabajo, va a ser decisivo en todas las fases del desarrollo de la sociedad. Y en esta primera etapa la mujer participaba junto a los varones en las actividades de la recolección y la caza que garantizaban la supervivencia del grupo. Al mismo tiempo comienza una primera división del trabajo a partir de algunas diferencias que tienen que ver con lo biológico y el sexo entre el hombre y la mujer por una razón bastante obvia, de que hay un periodo importante de meses donde las mujeres no podían participar a la par de los varones en la cacería por los embarazos y durante los primeros meses de lactancia, lo que la obligaba a quedarse en el lugar donde se asentaba el grupo. Pero este hecho no provocaba una cuestión de jerarquías en esa sociedad; por el contrario, por esa misma situación la mujer es muy valorada, por la maternidad, porque ella es decisiva en el descubrimiento de la agricultura que libera en parte al grupo de depender de la búsqueda y el encuentro fortuito del alimento a partir de la recolección y la caza.

El origen del patriarcado

Siguiendo con esta apretada síntesis, como hemos señalado, en todas las comunidades de ese larguísimo periodo de la humanidad la mujer tenía un lugar relevante; inclusive respecto a la filiación: la posibilidad de determinar en qué familia quedaban los hijos era a través de la madre. Hablamos de filiación materna y no de matriarcado porque da la idea de un poder de las mujeres, sin embargo, ellas no ejercían el poder sobre los demás miembros de la comunidad. Recién va a haber un poder de un grupo sobre otro cuando la sociedad se divide en clases y surge el patriarcado. Este largo periodo de filiación materna es una de las demostraciones de que no existió siempre la opresión de la mujer, ni la explotación del trabajo humano, sino que eso surge en determinado momento del desarrollo histórico. Y nosotros luchamos con la convicción de que también el propio desarrollo social histórico genera las condiciones para terminar con las bases objetivas de la explotación del trabajo y de la opresión de la mujer. Nos apoyamos en los ejemplos históricos de las grandes revoluciones, la rusa, la china, la cubana, que abrieron un periodo importante de construcción de una nueva sociedad liberada de la explotación de clases y que permitieron avances fundamentales en las condiciones de vida de las mujeres y en la lucha por su liberación. Reflexionar sobre esos periodos en los que más avanzamos, que son los periodos revolucionarios, nos permite también avanzar en la comprensión que hemos adquirido –porque muchas de nosotras no la teníamos antes–, de que si bien la revolución y la liberación social es la condición necesaria para la liberación de las mujeres, no es la condición suficiente; no es que la igualdad plena de las mujeres viene por añadidura y que vamos a resolver todo aquello que conlleva el poder patriarcal, que se construye junto con el poder de una clase explotadora sobre el conjunto de la sociedad, con la clase obrera en el poder.

Esta es sólo una breve referencia histórica. Para quienes quieran seguir estudiando cómo se manifiesta esta opresión y subordinación de la mujer en los distintos períodos históricos en que la sociedad se divide en clases antagónicas, pueden consultarse los libros El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado de Federico Engels, y Catorce conferencias en la universidad Sverdlov de Leningrado (1921), de Alejandra Kollontai.

Pero me interesa que podamos retener que la opresión de la mujer y la explotación de clase surge, sobre la base de la anterior división del trabajo (entre el hombre y la mujer, entre el trabajo intelectual y el manual y entre la ciudad y el campo), cuando aumenta la productividad del trabajo y se genera un excedente. Es decir, no solo se produce para lo que se necesita para vivir, sino que se puede producir un poco más, y comienza la lucha de quién se va a apropiar de ese excedente. Y surge también la posibilidad de apropiarse como esclavos a los pueblos vencidos, ya que, al haber un excedente en la producción, también cambia algo que seguramente se daba en el período anterior, en que en las guerras que había entre grupos diferentes los vencidos eran matados o liberados. ¿Por qué? Porque la productividad del trabajo no permitía tomar prisioneros que pudieran producir el alimento que los mantuvieran vivos y además trabajar para los vencedores. Solo cuando hay un excedente es posible la esclavitud.

Al respecto surge el interrogante de por qué son los varones los que pueden apropiarse de ese excedente. Hay distintas hipótesis. Una de ellas es que, en la división del trabajo previo, eran los varones quienes participaban activamente y todo el tiempo en la caza, primero, y se ocuparán luego de la domesticación de los animales. También cumplían el papel principal en la guerra, y por lo tanto son los dueños de las armas. De ahí, según esta hipótesis, que se apropiaran luego de los prisioneros y los obligaran a trabajar como esclavos para ellos. Sería esta situación la que les confirió un poder previo, que en determinado momento les permitió exigir que sus posesiones las heredaran sus hijos.

Por otro lado, existía el problema de que no era posible saber con certeza quién era el padre (recién hace relativamente poco tiempo pudo resolverse con el ADN), pero siempre se supo quién era la madre, por eso los hijos pertenecían a la familia materna. Entonces, el patriarcado, que no es otra cosa, como su nombre lo indica, que el poder del padre, impuso que quienes heredaran fueran sus hijos; para garantizar esto se obliga a la mujer a la monogamia y se cambia la filiación materna por la paterna. Imponer este cambio llevó sin duda a una larga lucha, quizás de siglos, no puede producirse de un día para el otro, lograr terminar con un derecho e imponer otro. Pero finalmente se impone y surge, junto con la propiedad privada, la familia monogámica y el Estado que garantiza este nuevo orden social. Esa nueva familia, el nombre latino famulus quiere decir esclavos, tiene un patrón, padre-patrón, que es dueño de la mujer, de los hijos y de los esclavos.

En El origen de la familia… (1884), Engels dice algo que me parece fundamental para todos los debates que están planteados hoy alrededor del patriarcado:

“El primer antagonismo de clases que surge en la esclavitud coincide con el desarrollo del antagonismo entre el hombre y la mujer en la monogamia y la primera opresión de clases que es la del sexo femenino por el masculino. La monogamia y su consecuencia, la prostitución, es la primera gran derrota de las mujeres”.

Podríamos decir que desde entonces comienza la larga lucha de las mujeres, a partir de esa gran derrota. La mujer es recluida en el trabajo doméstico, marginada del trabajo social, salvo las esclavas. Muchas veces se habla de Grecia y de otras grandes civilizaciones de la antigüedad considerando sólo la parte de la población libre, pero la inmensa mayoría de los que trabajan en todas esas sociedades son esclavos, y las mujeres esclavas trabajan a la par de los varones. Tenemos que decir que hasta una parte del siglo XIX y del siglo XX, la lucha de las mujeres queda invisibilizada dentro de la lucha de los hombres. Siempre hablamos de Espartaco como el gran símbolo de la lucha de los esclavos y tendríamos que rescatar alguna Espartaca, porque sin duda las mujeres esclavas eran crucificadas después de cada una de esas rebeliones con la cabeza para abajo igual que los esclavos, en todos los caminos que llevaban a Roma. La mujer esclava sufría además de la explotación la violencia sexual de los amos. Como plantea Rita Segato, en la violación, como en todas las situaciones de gran violencia sobre la mujer hay, fundamentalmente, una cuestión de poder, no de placer. Las esclavas eran violadas para que produzcan más esclavos y trabajaban hasta los nueve meses de gestación a la par de los varones.

Una de las cuestiones importantes a subrayar es que la opresión de las mujeres –que en el siglo XX se va a expresar en la categoría conceptual de género–, la opresión de género es transversal a todas las clases sociales, pero no la sufren de igual modo todas las clases sociales. Para dar un ejemplo, la matrona en la Roma esclavista tenía mucho prestigio social, participaba y organizaba grandes fiestas, era respetada por los caballeros, al igual que en el feudalismo las mujeres de los señores feudales, pero en su casa, así como ellas oprimían a los siervos y a los esclavos con la misma crueldad y prepotencia que los varones, sufrían en la familia la opresión y la humillación del marido. Eran sirvientas y siervas del marido porque a partir de la propiedad privada, la idea dominante es que la mujer es parte de los objetos que posee el hombre, es de su propiedad y puede hacer con ella lo que quiera; idea que aún hoy se expresa brutalmente en los femicidios. Hay que decir también que gracias a la lucha de las mujeres y a la conciencia que van tomando muchos varones a partir de su propia lucha social y política, algunas de estas ideas van cambiando.

Entonces este tema, el de la opresión de la mujer, que recorre todas las clases sociales, pero no es igual en todas ellas, es una de las grandes complejidades que tiene hoy el movimiento de mujeres y que nosotras no podemos resolver mecánicamente. Es un tema que dejo planteado. No voy a desarrollar aquí todas las etapas históricas de esta lucha, daremos un salto al momento del capitalismo.

El capitalismo

Hemos tratado de mostrar a través de todo lo anterior que no es cierto que el patriarcado surja con el capitalismo. ¿Por qué subrayo esto? Porque a la vez que el movimiento de mujeres incorporó con mucha fuerza, como algo muy positivo y que nos unifica, la lucha contra el patriarcado, ha surgido un debate importante en relación a este tema. Hay teorías, principalmente la que sostiene Silvia Federici, que plantean que la opresión de las mujeres se origina en el capitalismo, vinculado a la función del trabajo doméstico ejercido por la mujer y necesario para la reproducción de la fuerza de trabajo. En interpretación de Federici, esta función de cuidado a cargo de las mujeres es más fundamental para la existencia del sistema capitalista que la explotación de la fuerza de trabajo en la producción; de ahí su crítica a Marx. Esta referencia que hacemos a Federici no es con la pretensión de realizar en este momento un análisis crítico de toda su obra, de gran influencia en el feminismo, análisis que sin duda es necesario hacer. Lo hago sólo con el propósito de señalar nuestra diferencia con su posición sobre el origen del patriarcado. Para un análisis más detallado de este tema, recomiendo el artículo de Micaela Gomizen revista La Marea digital: “Debates abiertos en el movimiento de mujeres y feminista. El patriarcado, ¿se va a caer, o lo vamos a tirar?”.

Insistimos entonces en que el patriarcado es una característica de la sociedad de clases, no solo de una forma particular de ésta: la sociedad capitalista. Al mismo tiempo, hay que tener en cuenta que recién con el capitalismo, con el ascenso revolucionario de la burguesía, el movimiento de mujeres adquiere visibilidad con una organización propia. Es la primera vez en la historia en que el movimiento de mujeres se organiza como tal. A la vez coincide con la incorporación masiva de la mujer a la producción, obligada a salir del ámbito doméstico y es salvajemente explotada junto con los niños, a veces más que los varones, en aquellos años iniciales de la acumulación capitalista. Ese terrible periodo que reflejan Marx en El Capital y Engels en La situación de la clase obrera en Inglaterra (abordado por Hernán Doval en un artículo en la revista La Marea digital: “Fiedrich Engels: el joven rebelde que traicionó a su clase”), nos permite conocer cómo, en los inicios del capitalismo, en esas sórdidas fábricas de la manufactura y en el trabajo a domicilio, antes y después de la revolución industrial, las mujeres junto a los niños eran cruelmente explotadas. Esta situación en que las mujeres son explotadas en las fábricas y agobiadas por tener que seguir trabajando cuando regresan a sus hogares para resolver todas las tareas domésticas, situación que se inaugura con el capitalismo junto con el hecho objetivamente revolucionario de la incorporación masiva de la mujer a la producción, es lo que señalamos como la doble jornada de trabajo.

Como respuesta a las condiciones de trabajo en los primeros talleres manufactureros, con jornadas interminables, las mujeres serán parte de la lucha de la clase obrera para reducir la jornada de trabajo a 12 horas y luego a las 8 horas. Al mismo tiempo, se irá organizando el movimiento de mujeres para luchar por sus propios derechos y reivindicaciones.

Mitos, costumbres, cuestiones religiosas, ideológicas y filosóficas

Antes de continuar con las luchas que durante fines del siglo XIX y principios del XX desarrolló el movimiento de mujeres conocidas como “la primera ola”, quería referirme a un tema que generalmente le prestamos poca atención, y se refiere al conjunto de ideas y creencias que legitiman y legalizan, haciendo aparecer como natural, el lugar de subordinación y opresión que sufrimos las mujeres. Se trata, como analiza Marx, del conjunto de formas jurídicas, religiosas, artísticas o filosóficas, pertenecientes al terreno de lo ideológico, en que cada sistema social sostiene su estructura económica y de clase, y el papel del Estado con sus aparatos ideológicos y represivos que lo garantice.

Esto nos obliga, antes y ahora, a librar la lucha en diversos terrenos. En el terreno material, el de lograr la independencia económica y que se nos garantice que por igual trabajo tengamos igual salario, iguales derechos políticos y jurídicos, que podamos acceder a los mismos puestos de dirección que los varones, que tengamos guarderías en las fábricas, etc.; todo lo que es el programa de luchas económicas reivindicativas de las mujeres, que lleva más de un siglo y que sigue siendo actual. Y no solo en el terreno social, sino también en el terreno político. Por ejemplo, en Argentina se consiguió la Ley de Cupos (muchas veces decimos “hecha la ley, hecha la trampa”, pero al menos tenemos una ley). A nivel mundial, solo el 25% de los puestos políticos de gestión está en manos de mujeres. Habría que ver en Argentina cuál es la proporción de esos puestos como parte de la lucha política. Y abordar también la lucha en el terreno ideológico.

 Me voy a detener en algunos ejemplos de los mitos, las costumbres, las cuestiones religiosas, filosóficas y a veces hasta aparentemente científicas que han sostenido históricamente y legitimado la opresión de las mujeres. Por ejemplo, en el periodo del esclavismo, en la Grecia clásica, uno de los grandes filósofos, Aristóteles, sostenía, en relación al lugar de la mujer en la procreación, que había dos sexos y un solo genitor, que sólo el varón tenía capacidad de germinar o fecundar y que la mujer era pasiva, incapaz de sentir placer. Esto se conoce como la teoría de un solo genitor con la cual se justificaba que el hombre tenía derecho a disponer de todo lo engendrado. Esta teoría fue aceptada durante más de dos mil años, hasta que Harvey demostrara en el siglo XVII que hay elementos germinativos que portamos las mujeres. La ciencia tardó mucho en ocuparse de conocer los órganos genitales femeninos. En todas estas cuestiones, como lo explica muy bien Graciela Tejero Coni en su artículo “Aspectos histórico-antropológicos de la sexualidad”, se evidencia el poder patriarcal en concreto.

Lo mismo podemos advertir en lo mitos que van cambiando conforme se pasa de la comunidad primitiva sin clases sociales antagónicas a las sociedades de clase y se va imponiendo el patriarcado. Para tomar solo un ejemplo que todas conocemos, el mito de Pandora, se habla de “la caja de Pandora” para señalar que nos podemos encontrar con algo malo inesperado. Pero este mito en sus orígenes hablaba de Pandora como una mujer que portaba un cofre lleno de tesoros, no de maldiciones. También el arte en las comunidades primitivas expresaba el lugar de admiración por las mujeres portadoras de la vida y la fecundidad, vinculadas a la tierra y su papel en la agricultura. Lo mismo en América andina el lugar de la Pachamama, la madre tierra, a la que aún se le rinde culto.

También este cambio en la estructura social se va expresar en las religiones. Por ejemplo, en el panteón de la Grecia antigua ocupaba un lugar de privilegio Palas Atenea, diosa de la guerra, de la sabiduría, de la ciencia y de la justicia. Esto lo desarrolla extensamente Kollontai en el libro que cité.

Pensemos por el contrario en todas las religiones monoteístas, que se gestan sobre la Ley del Padre, dios padre todopoderoso, creador del cielo y de la tierra, y según la Biblia dios crea a Eva de una costilla de Adán, y Eva es la culpable de que Adán coma el fruto del árbol prohibido. Algunos interpretan que es del pecado, y otros que era el árbol de la sabiduría porque el saber da poder, y estaba prohibido porque no podían, ni el hombre ni la mujer, llegar a tener ese saber. La maldición con la que son echados del paraíso es a Eva, “vas a parir con dolor” y a Adán, “vas a ganar el pan con el sudor de tu frente”.

Fíjense el lugar de opresión, de sometimiento, casi como una condición divina la del poder de estas religiones. Y la religión católica fue la ideología dominante en todo el feudalismo europeo. Las mujeres que no se sometían eran ferozmente reprimidas y algunas llevadas a la hoguera acusadas de brujería. Como analizó Marx, las religiones legitiman el orden social y a la vez lo reflejan. Por eso, no solo hay que criticar la religión, hay que luchar contra las condiciones objetivas que permiten que la religión subsista. Analizar no solo los aspectos negativos de la religión sino las necesidades subjetivas que la religión cubre. Frente a las grandes injusticias y sufrimientos del pueblo, las religiones le ofrecen formas de consuelo sustituto, este “valle de lágrimas” terrenal será recompensado con un paraíso en el más allá, en otra vida; una satisfacción sustituta de una necesidad objetiva. Por eso Marx decía que a la crítica de las religiones tiene que seguir la crítica de la sociedad y la lucha por transformarla, que es lo principal, porque si esto no sucede las religiones seguirán sirviendo como consuelo y resignación para los más oprimidos.

Hablamos de estas cuestiones para señalar la importancia que tienen las batallas ideológicas en todos sus aspectos, también en aquellos que se manifiestan en las ciencias. Porque al tiempo de luchar para terminar con las causas de la opresión y de la explotación material hay que luchar también para revolucionar el terreno de las ideas, de las costumbres, de los prejuicios. Y este es un gran aporte de Mao Tsetung y de la Revolución Cultural Proletaria, que por algo se llama revolución cultural. La primera revolución que se hace desde el poder y a partir de una de las enseñanzas que saca el Partido Comunista de China y Mao Tsetung de la trágica derrota de la revolución socialista en la Unión Soviética.

Hitos en la lucha de las mujeres

Como dijimos, las luchas de las mujeres adquieren visibilidad con el advenimiento del capitalismo y sobre todo a partir de su incorporación masiva a la producción en la revolución industrial. Ya a fines del siglo XVIII, en la Revolución Francesa, las mujeres campesinas participan activamente en la gran rebelión plebeya que termina en Francia con el poder monárquico e instala el poder de la burguesía. Son las mujeres la avanzada que asalta el palacio de Versalles y lo arranca al Rey y a su corte, porque necesitan el pan y los alimentos que están acumulados ahí mientras los hijos de las campesinas se mueren de hambre. O sea que tienen sin duda una participación descollante, donde se destaca Rosa Lacombe, integrante del “Club de ciudadanas revolucionarias”. Sin embargo, les prohibirán participar en los órganos de poder que instala esa revolución y tampoco van a ser mencionadas sus necesidades y derechos en la Declaración de los Derechos del Hombre. Uno siempre entendía que cuando se decía del “hombre” estábamos incluidas las mujeres, pero pareciera que no.

Recién en setiembre de 1791, la escritora Olympe de Gouges hizo notar esta ausencia y escribió la Declaración de los Derechos de la Mujer y de la Ciudadana. Algo parecido va a pasar en todo el proceso de independencia de Estados Unidos, donde las mujeres se organizarán para luchar por sus derechos políticos y económicos.

No podemos dejar de mencionar el Manifiesto del Partido Comunista redactado por Marx y Engels en 1848 que proporcionará las bases teóricas a la lucha por terminar con toda forma de explotación y opresión y que será también una guía para la emancipación femenina.

Otro hecho muy importante es la Comuna de París en 1871. Por primera vez la clase obrera, que ya se ha organizado en forma independiente de la burguesía, toma el poder en París. Dura poco tiempo, sin embargo, sirve para bocetar los rasgos generales de un Estado proletario del que sacarán enseñanzas Marx y Engels. Podemos advertir que el proceso de organización del movimiento de mujeres se va dando no idénticamente, pero en forma simultánea a la organización independiente de la clase obrera. Desde las barricadas de París las mujeres, que no logran formar parte del Consejo de la Comuna, sí logran igual salario por igual trabajo, el divorcio y la abolición de la prostitución, bajo la garantía que la Comuna les resolverá trabajo productivo efectivo a las mujeres que están bajo las condiciones de prostitución. Ya en 1871, el primer gobierno obrero prohíbe la prostitución, pero con la única forma en que puede hacerse efectiva, que es garantizando a las mujeres las condiciones de trabajo y vivienda con derechos sociales. Por eso dice Engels que, con la monogamia, que saca a la mujer del trabajo productivo, surge la prostitución. Pensamos que este es el camino, no el que sostienen algunas organizaciones que consideran a la prostitución un trabajo, un trabajo sexual. Es una polémica actual, no la principal, pero es muy importante.

Hay que mencionar en los siglos XVIII y XIX la participación de las mujeres en las luchas anticoloniales. Para nombrar sólo algunas, recordemos a Micaela Bastidas, compañera de Túpac Amaru que participa activamente en los levantamientos de 1791-1792 en el Perú y el Alto Perú, al igual que Bartolina Sisa, compañera de Túpac Catari. También la tucumana Manuela Pedraza en 1806, que junto a cientos de mujeres enfrentaron a los invasores ingleses con aceite hirviendo. Y en la guerra de la independencia, Juana Azurduy al frente de los indios tarabucos mantuvo a raya en el Norte al ejército español.

En el siglo XX se produce un gran salto en el desarrollo del movimiento de mujeres y en su organización independiente. Los distintos momentos de ascenso del movimiento, con sus retrocesos, han sido sistematizados como las distintas olas y como toda periodización puede ser objeto de discusión, y según los enfoques se jerarquizan unos u otros acontecimientos. Me parece útil partir de ellas para nuestra exposición.

El capitalismo

Hemos tratado de mostrar a través de todo lo anterior que no es cierto que el patriarcado surja con el capitalismo. ¿Por qué subrayo esto? Porque a la vez que el movimiento de mujeres incorporó con mucha fuerza, como algo muy positivo y que nos unifica, la lucha contra el patriarcado, ha surgido un debate importante en relación a este tema. Hay teorías, principalmente la que sostiene Silvia Federici, que plantean que la opresión de las mujeres se origina en el capitalismo, vinculado a la función del trabajo doméstico ejercido por la mujer y necesario para la reproducción de la fuerza de trabajo. En interpretación de Federici, esta función de cuidado a cargo de las mujeres es más fundamental para la existencia del sistema capitalista que la explotación de la fuerza de trabajo en la producción; de ahí su crítica a Marx. Esta referencia que hacemos a Federici no es con la pretensión de realizar en este momento un análisis crítico de toda su obra, de gran influencia en el feminismo, análisis que sin duda es necesario hacer. Lo hago sólo con el propósito de señalar nuestra diferencia con su posición sobre el origen del patriarcado. Para un análisis más detallado de este tema, recomiendo el artículo de Micaela Gomizen revista La Marea digital: “Debates abiertos en el movimiento de mujeres y feminista. El patriarcado, ¿se va a caer, o lo vamos a tirar?”.

Insistimos entonces en que el patriarcado es una característica de la sociedad de clases, no solo de una forma particular de ésta: la sociedad capitalista. Al mismo tiempo, hay que tener en cuenta que recién con el capitalismo, con el ascenso revolucionario de la burguesía, el movimiento de mujeres adquiere visibilidad con una organización propia. Es la primera vez en la historia en que el movimiento de mujeres se organiza como tal. A la vez coincide con la incorporación masiva de la mujer a la producción, obligada a salir del ámbito doméstico y es salvajemente explotada junto con los niños, a veces más que los varones, en aquellos años iniciales de la acumulación capitalista. Ese terrible periodo que reflejan Marx en El Capital y Engels en La situación de la clase obrera en Inglaterra (abordado por Hernán Doval en un artículo en la revista La Marea digital: “Fiedrich Engels: el joven rebelde que traicionó a su clase”), nos permite conocer cómo, en los inicios del capitalismo, en esas sórdidas fábricas de la manufactura y en el trabajo a domicilio, antes y después de la revolución industrial, las mujeres junto a los niños eran cruelmente explotadas. Esta situación en que las mujeres son explotadas en las fábricas y agobiadas por tener que seguir trabajando cuando regresan a sus hogares para resolver todas las tareas domésticas, situación que se inaugura con el capitalismo junto con el hecho objetivamente revolucionario de la incorporación masiva de la mujer a la producción, es lo que señalamos como la doble jornada de trabajo.

Como respuesta a las condiciones de trabajo en los primeros talleres manufactureros, con jornadas interminables, las mujeres serán parte de la lucha de la clase obrera para reducir la jornada de trabajo a 12 horas y luego a las 8 horas. Al mismo tiempo, se irá organizando el movimiento de mujeres para luchar por sus propios derechos y reivindicaciones.

Mitos, costumbres, cuestiones religiosas, ideológicas y filosóficas

Antes de continuar con las luchas que durante fines del siglo XIX y principios del XX desarrolló el movimiento de mujeres conocidas como “la primera ola”, quería referirme a un tema que generalmente le prestamos poca atención, y se refiere al conjunto de ideas y creencias que legitiman y legalizan, haciendo aparecer como natural, el lugar de subordinación y opresión que sufrimos las mujeres. Se trata, como analiza Marx, del conjunto de formas jurídicas, religiosas, artísticas o filosóficas, pertenecientes al terreno de lo ideológico, en que cada sistema social sostiene su estructura económica y de clase, y el papel del Estado con sus aparatos ideológicos y represivos que lo garantice.

Esto nos obliga, antes y ahora, a librar la lucha en diversos terrenos. En el terreno material, el de lograr la independencia económica y que se nos garantice que por igual trabajo tengamos igual salario, iguales derechos políticos y jurídicos, que podamos acceder a los mismos puestos de dirección que los varones, que tengamos guarderías en las fábricas, etc.; todo lo que es el programa de luchas económicas reivindicativas de las mujeres, que lleva más de un siglo y que sigue siendo actual. Y no solo en el terreno social, sino también en el terreno político. Por ejemplo, en Argentina se consiguió la Ley de Cupos (muchas veces decimos “hecha la ley, hecha la trampa”, pero al menos tenemos una ley). A nivel mundial, solo el 25% de los puestos políticos de gestión está en manos de mujeres. Habría que ver en Argentina cuál es la proporción de esos puestos como parte de la lucha política. Y abordar también la lucha en el terreno ideológico.

 Me voy a detener en algunos ejemplos de los mitos, las costumbres, las cuestiones religiosas, filosóficas y a veces hasta aparentemente científicas que han sostenido históricamente y legitimado la opresión de las mujeres. Por ejemplo, en el periodo del esclavismo, en la Grecia clásica, uno de los grandes filósofos, Aristóteles, sostenía, en relación al lugar de la mujer en la procreación, que había dos sexos y un solo genitor, que sólo el varón tenía capacidad de germinar o fecundar y que la mujer era pasiva, incapaz de sentir placer. Esto se conoce como la teoría de un solo genitor con la cual se justificaba que el hombre tenía derecho a disponer de todo lo engendrado. Esta teoría fue aceptada durante más de dos mil años, hasta que Harvey demostrara en el siglo XVII que hay elementos germinativos que portamos las mujeres. La ciencia tardó mucho en ocuparse de conocer los órganos genitales femeninos. En todas estas cuestiones, como lo explica muy bien Graciela Tejero Coni en su artículo “Aspectos histórico-antropológicos de la sexualidad”, se evidencia el poder patriarcal en concreto.

Lo mismo podemos advertir en lo mitos que van cambiando conforme se pasa de la comunidad primitiva sin clases sociales antagónicas a las sociedades de clase y se va imponiendo el patriarcado. Para tomar solo un ejemplo que todas conocemos, el mito de Pandora, se habla de “la caja de Pandora” para señalar que nos podemos encontrar con algo malo inesperado. Pero este mito en sus orígenes hablaba de Pandora como una mujer que portaba un cofre lleno de tesoros, no de maldiciones. También el arte en las comunidades primitivas expresaba el lugar de admiración por las mujeres portadoras de la vida y la fecundidad, vinculadas a la tierra y su papel en la agricultura. Lo mismo en América andina el lugar de la Pachamama, la madre tierra, a la que aún se le rinde culto.

También este cambio en la estructura social se va expresar en las religiones. Por ejemplo, en el panteón de la Grecia antigua ocupaba un lugar de privilegio Palas Atenea, diosa de la guerra, de la sabiduría, de la ciencia y de la justicia. Esto lo desarrolla extensamente Kollontai en el libro que cité.

Pensemos por el contrario en todas las religiones monoteístas, que se gestan sobre la Ley del Padre, dios padre todopoderoso, creador del cielo y de la tierra, y según la Biblia dios crea a Eva de una costilla de Adán, y Eva es la culpable de que Adán coma el fruto del árbol prohibido. Algunos interpretan que es del pecado, y otros que era el árbol de la sabiduría porque el saber da poder, y estaba prohibido porque no podían, ni el hombre ni la mujer, llegar a tener ese saber. La maldición con la que son echados del paraíso es a Eva, “vas a parir con dolor” y a Adán, “vas a ganar el pan con el sudor de tu frente”.

Fíjense el lugar de opresión, de sometimiento, casi como una condición divina la del poder de estas religiones. Y la religión católica fue la ideología dominante en todo el feudalismo europeo. Las mujeres que no se sometían eran ferozmente reprimidas y algunas llevadas a la hoguera acusadas de brujería. Como analizó Marx, las religiones legitiman el orden social y a la vez lo reflejan. Por eso, no solo hay que criticar la religión, hay que luchar contra las condiciones objetivas que permiten que la religión subsista. Analizar no solo los aspectos negativos de la religión sino las necesidades subjetivas que la religión cubre. Frente a las grandes injusticias y sufrimientos del pueblo, las religiones le ofrecen formas de consuelo sustituto, este “valle de lágrimas” terrenal será recompensado con un paraíso en el más allá, en otra vida; una satisfacción sustituta de una necesidad objetiva. Por eso Marx decía que a la crítica de las religiones tiene que seguir la crítica de la sociedad y la lucha por transformarla, que es lo principal, porque si esto no sucede las religiones seguirán sirviendo como consuelo y resignación para los más oprimidos.

Hablamos de estas cuestiones para señalar la importancia que tienen las batallas ideológicas en todos sus aspectos, también en aquellos que se manifiestan en las ciencias. Porque al tiempo de luchar para terminar con las causas de la opresión y de la explotación material hay que luchar también para revolucionar el terreno de las ideas, de las costumbres, de los prejuicios. Y este es un gran aporte de Mao Tsetung y de la Revolución Cultural Proletaria, que por algo se llama revolución cultural. La primera revolución que se hace desde el poder y a partir de una de las enseñanzas que saca el Partido Comunista de China y Mao Tsetung de la trágica derrota de la revolución socialista en la Unión Soviética.

Hitos en la lucha de las mujeres

Como dijimos, las luchas de las mujeres adquieren visibilidad con el advenimiento del capitalismo y sobre todo a partir de su incorporación masiva a la producción en la revolución industrial. Ya a fines del siglo XVIII, en la Revolución Francesa, las mujeres campesinas participan activamente en la gran rebelión plebeya que termina en Francia con el poder monárquico e instala el poder de la burguesía. Son las mujeres la avanzada que asalta el palacio de Versalles y lo arranca al Rey y a su corte, porque necesitan el pan y los alimentos que están acumulados ahí mientras los hijos de las campesinas se mueren de hambre. O sea que tienen sin duda una participación descollante, donde se destaca Rosa Lacombe, integrante del “Club de ciudadanas revolucionarias”. Sin embargo, les prohibirán participar en los órganos de poder que instala esa revolución y tampoco van a ser mencionadas sus necesidades y derechos en la Declaración de los Derechos del Hombre. Uno siempre entendía que cuando se decía del “hombre” estábamos incluidas las mujeres, pero pareciera que no.

Recién en setiembre de 1791, la escritora Olympe de Gouges hizo notar esta ausencia y escribió la Declaración de los Derechos de la Mujer y de la Ciudadana. Algo parecido va a pasar en todo el proceso de independencia de Estados Unidos, donde las mujeres se organizarán para luchar por sus derechos políticos y económicos.

No podemos dejar de mencionar el Manifiesto del Partido Comunista redactado por Marx y Engels en 1848 que proporcionará las bases teóricas a la lucha por terminar con toda forma de explotación y opresión y que será también una guía para la emancipación femenina.

Otro hecho muy importante es la Comuna de París en 1871. Por primera vez la clase obrera, que ya se ha organizado en forma independiente de la burguesía, toma el poder en París. Dura poco tiempo, sin embargo, sirve para bocetar los rasgos generales de un Estado proletario del que sacarán enseñanzas Marx y Engels. Podemos advertir que el proceso de organización del movimiento de mujeres se va dando no idénticamente, pero en forma simultánea a la organización independiente de la clase obrera. Desde las barricadas de París las mujeres, que no logran formar parte del Consejo de la Comuna, sí logran igual salario por igual trabajo, el divorcio y la abolición de la prostitución, bajo la garantía que la Comuna les resolverá trabajo productivo efectivo a las mujeres que están bajo las condiciones de prostitución. Ya en 1871, el primer gobierno obrero prohíbe la prostitución, pero con la única forma en que puede hacerse efectiva, que es garantizando a las mujeres las condiciones de trabajo y vivienda con derechos sociales. Por eso dice Engels que, con la monogamia, que saca a la mujer del trabajo productivo, surge la prostitución. Pensamos que este es el camino, no el que sostienen algunas organizaciones que consideran a la prostitución un trabajo, un trabajo sexual. Es una polémica actual, no la principal, pero es muy importante.

Hay que mencionar en los siglos XVIII y XIX la participación de las mujeres en las luchas anticoloniales. Para nombrar sólo algunas, recordemos a Micaela Bastidas, compañera de Túpac Amaru que participa activamente en los levantamientos de 1791-1792 en el Perú y el Alto Perú, al igual que Bartolina Sisa, compañera de Túpac Catari. También la tucumana Manuela Pedraza en 1806, que junto a cientos de mujeres enfrentaron a los invasores ingleses con aceite hirviendo. Y en la guerra de la independencia, Juana Azurduy al frente de los indios tarabucos mantuvo a raya en el Norte al ejército español.

En el siglo XX se produce un gran salto en el desarrollo del movimiento de mujeres y en su organización independiente. Los distintos momentos de ascenso del movimiento, con sus retrocesos, han sido sistematizados como las distintas olas y como toda periodización puede ser objeto de discusión, y según los enfoques se jerarquizan unos u otros acontecimientos. Me parece útil partir de ellas para nuestra exposición.

La primera ola

Se refiere al período que abarca desde comienzos del siglo XX que se iniciaría con la situación que antecede a la Primera Guerra Mundial en 1914 hasta la segunda mitad del siglo XX.

Una lucha que adquiere carácter internacional en este período fue la que permitió establecer el 8 de marzo como Día Internacional de la Mujer Trabajadora. Alrededor de por qué se impuso esta fecha y si es el día “de la mujer trabajadora” o sólo “de la mujer” hay debates. Hay una discusión acerca de si se debe a la represión de una marcha de mujeres el 8 de marzo de 1908 en Nueva York, o a una ocupación de los talleres Cotton en Nueva York que son incendiados y mueren una cantidad de mujeres. También se sostiene que tiene que ver con una marcha de mujeres en la Rusia zarista reprimida por el zar el 23 de febrero del calendario gregoriano, 8 de marzo en el calendario actual. Como puede verse, cualquiera de las opciones hace referencia a momentos heroicos de la lucha de las mujeres.

En 1910 se hacen dos Congresos Internacionales de Mujeres organizados y presididos por Clara Zetkin, una gran comunista alemana que lucha para que se imponga el día internacional de las mujeres, y consigue que se establezca el 8 de marzo como Día Internacional de la Mujer Trabajadora, con la aprobación de 17 países. Recién en el año 1975 las Naciones Unidas reconocen el 8 de marzo como el Día Internacional de la Mujer, y está muy bien que incluyamos en ese día a todas las mujeres, pero no significa diluir que es de las mujeres trabajadoras también, más en un siglo donde ya la mayoría de las mujeres somos trabajadoras.

Un acontecimiento que tendrá enorme repercusión en esta primera ola será la Primera Guerra Mundial y sus preparativos, ya que obligan a una nueva incorporación masiva de la mujer en la producción, inclusive en lugares que no tenía antes. Porque se consideraba que había trabajos (como aún hoy se considera) que no podían hacer las mujeres. No solo trabajos de fuerza, que podría ser razonable hasta que recuperemos nuestra fuerza natural que perdimos en siglos de sometimiento, sino que todavía hoy hay que pelear para conducir un colectivo, que no exige fuerza, sino que hay discriminación.

En la guerra no tuvieron más remedio que aceptar que las mujeres ocupen todos los puestos de trabajo que los hombres incorporados a los ejércitos dejaban vacantes. Vuelvo a insistir que la incorporación a la producción y el lugar en la producción son una condición necesaria en el proceso de liberación de las mujeres, necesaria pero no suficiente, ya que no resuelve por sí misma todas las lacras del patriarcado. En muchas corrientes del feminismo no se le presta suficiente atención a esta cuestión que es decisiva, porque sin independencia económica la mujer está obligada a depender de otro. Esto se ve inclusive en los casos de violencia, porque dónde va a ir la mujer si no tiene dinero, si no tiene vivienda. Exigimos que el Estado cubra esta necesidad, pero a la vez es un reconocimiento de la desigualdad material que tenemos, muchas veces trabajando a la par de los varones, por eso exigimos igual salario por igual trabajo.

A fines del siglo XIX y comienzos del XX se desarrollará una importante lucha en Gran Bretaña y otros países exigiendo el derecho de las mujeres a votar, es el movimiento que se conoce como el de las sufragistas. Recién después de la Primera Guerra Mundial se reconoce legalmente este derecho para las mujeres mayores de 30 años y en 1928 para todas las mayores de edad. En Argentina se logrará en 1951 con el impulso de Eva Perón.

Pero el hecho histórico de mayor trascendencia de este período será la Revolución Rusa, que permitirá un salto cualitativo en el desarrollo del movimiento de liberación de las mujeres. Dirigida por Lenin y el Partido bolchevique la clase obrera toma el poder y por primera vez comienza la construcción de una sociedad sin explotadores ni explotados, la sociedad socialista. En ese periodo, sobre todo en los primeros años revolucionarios, las mujeres conquistan derechos que no los habían tenido nunca bajo las condiciones del capitalismo. Por ejemplo, igual salario por igual trabajo, la protección real de la mujer durante el embarazo y la crianza, el divorcio, el aborto legal y gratuito, el acceso real a la educación mixta, etc.

Entiendo que las que nos ubicamos desde el punto de vista marxista y revolucionario en el movimiento feminista y en el movimiento de mujeres tenemos la responsabilidad de estudiar con más profundidad los logros y también las contradicciones de las mujeres en esos procesos revolucionarios. Con más razón en momentos en que las ideas dominantes plantean, a partir de la derrota que sufrió el proletariado, que estas revoluciones fueron un fracaso y que hay que olvidarse de esos procesos, que este sistema capitalista es el único posible. Sin embargo, no se podrá ir más allá de hasta donde llegaron esos procesos históricos en la lucha revolucionaria si no se estudia y se aprende de los aciertos y errores de los mismos.

Nosotras, que nos interesamos en particular por la situación de las mujeres tenemos que analizar los problemas de las mujeres en el socialismo. Les recomiendo para el periodo de la Revolución Rusa los libros que escribió Alejandra Kollontai, entre ellos uno que mencioné reeditado recientemente: Catorce conferencias en la Universidad de Leningrado, en el año 1921. Y para el periodo de la Revolución China, La mitad del cielo, de Claudie Broyelle, que es la historia del movimiento de mujeres en la China revolucionaria, en particular durante la Revolución Cultural Proletaria.

Estudiando esos dos procesos revolucionarios y la lucha que se da alrededor de la cuestión de la mujer, aunque aún sea en mi caso un estudio muy incipiente, permite sin embargo entender mejor una cantidad de cuestiones. Por ejemplo, en el seno del proceso revolucionario en Rusia se dio una gran lucha alrededor de “el lugar de la mujer”, si seguía siendo el hogar familiar y además debía incorporarse a la producción o, como planteaba una línea proletaria revolucionaria, que junto con la incorporación a la producción (en una economía destruida por tres años de guerra civil y guerra imperialista, la Nueva Política Económica [NEP] decreta obligatorio el trabajo de hombres y mujeres) era necesario socializar las tareas domésticas. Esta línea revolucionaria la va a empujar Kollontai, quien sostiene que sin resolver la contradicción entre el trabajo privado para la familia y el trabajo social, esa incorporación a la producción no se va a poder llevar a cabo, o si se lo hace va a ser a costa de una mayor carga sobre las mujeres, que es lo que hablábamos anteriormente, la doble jornada de trabajo.

Esta línea revolucionaria es derrotada en la Unión Soviética, según Kollontai, alrededor de 1930. Esa derrota se va a manifestar, entre otros hechos, en una gran campaña para que la mujer vuelva al hogar, también se volverá a la penalización del aborto que había sido legalizado en 1920. En este periodo se produce un gran retroceso dentro del movimiento de emancipación de las mujeres. Esto nos plantea un interrogante no resuelto: ¿cuánto influye la derrota del movimiento de las mujeres en el socialismo, como una condición previa a la gran derrota que sufrió la clase obrera en su conjunto? Es decir, ¿cómo ha influido esa situación para que en la URSS se restaurase el capitalismo?

En relación al proceso revolucionario en China entiendo que no puede soslayarse lo que ha significado el maoísmo para el tratamiento de las contradicciones en todos los ámbitos de la construcción del socialismo. Por ejemplo, las contradicciones que existen entre las relaciones de producción y las fuerzas productivas; entre la base material, entre los cambios en la propiedad de los medios de producción y la necesidad de revolucionarizar también el conjunto de ideas, costumbres, normas, etc. Es decir, que a los cambios en la estructura de la sociedad se correspondan los cambios en las relaciones sociales y en la superestructura, y que estos exigen, como planteara Mao, una lucha política e ideológica activa, no se dan mecánicamente porque cambie la base social. La Revolución Cultural Proletaria tiene ese gran fundamento que parte de la comprensión de que en socialismo continúa la lucha de clases en todos los aspectos de la vida social y de la necesidad de continuar la revolución durante la dictadura del proletariado, en el período de transición del socialismo al comunismo.

El carácter del trabajo no cambia simplemente porque no haya explotación y porque la plusvalía, el trabajo excedente, no se lo apropie el capitalista sino el Estado socialista, y porque éste se proponga distribuirlo de acuerdo a las necesidades sociales. Es un cambio gigantesco, desde ya, porque no hay explotación, pero no cambia el carácter del trabajo si sigue siendo solo una obligación “social” donde se vende la fuerza de trabajo para obtener un salario.

Estas cosas profundas relacionadas con superar la alienación en el trabajo, que planteara Marx, las abordan Mao Tsetung en China y el Che Guevara en Cuba. En lo del Che, como necesidad de gestar “el hombre nuevo”. En Mao, como necesidad de librar una lucha política e ideológica activa. Ya Lenin planteaba la necesidad del trabajo voluntario, no principalmente como un problema económico, sino como un problema ideológico donde el conjunto de la sociedad ofrece voluntariamente su trabajo para satisfacer una necesidad social y buscar un bien común. Y no solo por un interés y una necesidad individual. Si socializando los medios de producción se va a mantener como motor principal de construcción del socialismo, el estímulo y el interés material individual, el individualismo, etc., como dijo Mao Tsetung refiriéndose a China en la década del 60, se estará construyendo una sociedad “apenas diferente al capitalismo, donde todavía existen como 18 categorías diferentes en el trabajo y todavía la mujer es considerada inferior”. Esto pese a que, en el año 1949, pocos meses después del triunfo de la revolución, la Ley de Matrimonio en China planteó la discriminación positiva para las mujeres que habían sido oprimidas durante siglos, al punto que les vendaban los pies cuando nacían para obligarlas a caminar detrás de los hombres, con los pies chiquitos. El Estado de la República Popular de China legisla en la Ley de Matrimonio que el Estado no podía ser neutral si una mujer pedía el divorcio, sino que tenía que ponerse del lado de la mujer, porque para que la mujer se anime y pueda romper con el yugo del patriarcado en China, después de milenios de opresión, era necesario que el Estado la apoye. Como se ve en libro que cité, La mitad del cielo, la Revolución Cultural se realiza también porque luego de los primeros años de la revolución se volvieron a imponer las concepciones burguesas patriarcales y la mujer continuaba sufriendo una gran opresión en la familia, seguía siendo dependiente del padre o del marido. Esto hizo que las mujeres estuvieran a la vanguardia en la Revolución Cultural y fueron las entusiastas impulsoras de avanzar en la colectivización en todos los aspectos de la vida social cotidiana.

Si uno presta atención a cómo se abordan las contradicciones en Rusia según lo sostiene Kollontai y cómo se aborda en China, se dará cuenta de una diferencia filosófica, ideológica y de comprensión del marxismo y de la dialéctica en China respecto a la URSS. En Mao está siempre presente la importancia de la lucha política y cultural, la comprensión de que la construcción del socialismo exige desarrollar la producción pero que el solo desarrollo de las fuerzas productivas, el cambio de la base material, no garantiza el cambio automático de todas las relaciones sociales sostenidas durante milenios de sociedades basadas en la explotación y la opresión. Y que esta lucha hay que darla ganando a las masas para ese camino y no imponiéndolo desde arriba. Así como el Estado de las clases dominantes reprime y persuade, y se sostiene sobre el consenso, también el cambio de sociedad tiene que ir ganando un consenso, no solo en los niveles jurídicos sino en las costumbres e ideas, en la conciencia de las masas obreras y populares. Dentro de eso, tiene que resolver algo muy difícil que es el machismo y todas las lacras del patriarcado, que en China tenía profundas raíces imperiales y feudales.

Para ver lo que cuesta cambiar estas ideas, hay que ver lo que fue la revolución en Cuba, donde las mujeres habían participado en la lucha armada, con dirigentes como Haydée Santamaría, clave en la Sierra, y después que triunfa la revolución encabezan la gran campaña de alfabetización y, sin embargo, en Cuba no se logra resolver el problema del machismo, como tampoco la discriminación a los negros. No debería sorprendernos, ya que costumbres arraigadas en al menos diez mil años conservan raíces materiales, sociales, religiosas, ideológicas… ¿alguien puede creer que en 10, 30 ó 50 años se van a resolver? Si no hay una lucha activa también en el terreno ideológico, de las costumbres y de las ideas profundas, es imposible. Es importante tener en cuenta los aportes teóricos, ideológicos, que hizo el marxismo en distintos momentos, como los del Che –que no por eso dejaba de ser machista, como pasa con tantos compañeros–, y también los del maoísmo, que son fundamentales.

Retomando el hilo de la primera ola en el desarrollo del movimiento de las mujeres, luego de habernos detenido en estos grandes momentos que fueron las revoluciones Rusa y China, es importante destacar algunos hechos producidos en el período de la segunda posguerra en Occidente que permitirán a ese movimiento un nuevo avance.

Se van a producir aportes en el terreno de la psicología, de la antropología y de la cultura que van a ayudar a la comprensión de la opresión específica de las mujeres. Es importante leer a Margaret Mead, una antropóloga inglesa que en 1948 estudia determinadas comunidades como la de Samoa y llega a la conclusión de que las cualidades de género masculino y femenino, macho y hembra, no son naturales, no se determinan por el sexo biológico, sino que se adquieren socialmente. Y que se adquieren con cualidades diferentes según las comunidades; lo que es apreciado como masculino o femenino en cada una de esas comunidades se construye socialmente. El otro gran aporte en el año 1949 es el de Simone de Beauvoir, que escribe un libro muy esclarecedor El Segundo Sexo, donde estudia cómo lo masculino y lo femenino se modelan como una identidad adquirida, no natural, y se modelan en oposición de un sexo contra otro. Por lo tanto, la idea de absolutizar la contraposición entre los sexos como contradicción principal, no ayuda al desarrollo del movimiento de mujeres si no se lucha a la vez contra el sistema social que modela no sólo una identidad femenina sino también una identidad masculina, al servicio de sostener y reproducir ese sistema social.

En relación a esto, existen algunos trabajos muy interesantes sobre las masculinidades. Entre ellos un trabajo del antropólogo Hernán Palermo sobre cómo entre los obreros petroleros, las patronales aprovechan los prejuicios existentes –como las ideas de “si sos macho o no” para ver “cuantas horas aguantás”, “qué trabajos más pesados podés hacer”, “no seas mariquita”, “no llores porque no volvés a tu casa”–, para imponer los ritmos y organización del trabajo que les conviene a las petroleras.

No puede ser de otro modo, porque la sociedad y a través de la educación y de otras instituciones como las iglesias y la familia, legitiman el orden existente y preparan los sujetos aptos para reproducirla. Por eso, cuando algunos cuestionan que insistimos con la opresión que sufren las mujeres señalando que hay mujeres más machistas que los varones, decimos que es cierto, porque algunas de nosotras aún no se han liberado del rol que tienen asignado socialmente: formar a los hijos en las concepciones patriarcales y machistas. Por eso una de las cuestiones fundamentales de esta gran revolución del movimiento de mujeres es el cambio que produjo en la cabeza de las jóvenes que van a ser madres y estarán a cargo de las familias. Esas chicas de 5, 8 y 10 años que hoy se movilizan no van a decirle a sus hijos “no hagas esto porque sos varón, que lo haga tu hermanita”. De ahí la importancia que tiene la lucha contra el patriarcado porque golpea los pilares fundamentales que sostienen este sistema capitalista imperialista de opresión y explotación. Sería un grave error subestimar la importancia que tiene esta lucha por cambiar las concepciones y por pelear las leyes necesarias. Al mismo tiempo, sería equivocado no comprender que el cambio de fondo es imposible si no se da vuelta el viento, como decía Mártires López, y para eso tiene que soplar con fuerza revolucionaria.

Acerca de las influencias ideológicas en algunas disciplinas, no puedo dejar de mencionar, porque me toca de cerca, a los padres tutelares de la psicología oficial hegemónica en las facultades con sus teorías impregnadas de la ideología patriarcal burguesa. El más importante es el creador del psicoanálisis, Sigmund Freud, que con su teoría sobre la sexualidad, es el monumento al falocentrismo. Freud explica la sexualidad femenina a partir de la “envidia al pene” y el “complejo de castración”, teorías que se siguen repitiendo hasta ahora; o Lacan, que postula la ley del padre, y la lucha entre ésta y el deseo como organizador del psiquismo. Es importante la revisión crítica de todas estas teorías.

De modo que, cuando hablamos de que no se puede cambiar la base material sin luchar a la vez por cambiar las ideas, hacemos hincapié en que nuestra lucha en el movimiento estudiantil y como profesionales no pueda reducirse a las reivindicaciones económicas, a luchar por el apunte, por el comedor, etc.; eso está muy bien, es condición necesaria para estudiar, pero si no nos implicamos en las polémicas con los contenidos vamos a salir a la calle con el pañuelo verde pero en la facultad van a seguir predominando las concepciones reaccionarias y pariarcales. Y esto incluye también, por supuesto, la lucha con todas las concepciones posmodernas que predominan especialmente en las ciencias sociales.

La segunda ola

El inicio de la segunda ola se ubica en la segunda mitad del siglo XX. En este período se producen las grandes revoluciones y las luchas anticoloniales. Triunfa la Revolución Cubana, se desencadena el Mayo Francés, las luchas antiraciales y el movimiento hippie en EEUU, el triunfo del pueblo vietnamita contra el imperialismo yanqui, la Revolución Cultural Proletaria en China; las grandes puebladas antidictatoriales en nuestro país que se dan en el marco de este gran auge revolucionario mundial.

Pero hay otras revoluciones que se produce en las relaciones entre los sexos donde juega un gran papel la píldora anticonceptiva, que permite una mayor libertad sexual y se despliegan también los movimientos que exigen el respeto a la diversidad sexual. Para valorar los cambios que se produjeron en este aspecto téngase en cuenta que hasta 1960 la Organización Mundial de la Salud consideraba a la homosexualidad una enfermedad, al igual que el DC4, el decálogo de la psiquiatría yanqui, pero que lo usábamos en todo el mundo. Por lo tanto, la homofobia, o sea, la discriminación de no aceptar la diversidad sexual era un tema reforzado por la “ciencia” (entre comillas). Esto inficionaba todos los sectores sociales y también los partidos de izquierda y revolucionarios, nadie quedaba afuera de eso.

En este período vuelve a manifestarse con claridad dentro del movimiento de mujeres, junto a un feminismo reformistaun feminismo revolucionario que sostiene que la liberación de la mujer exige luchar por la liberación de toda la sociedad pero que, a la vez, la revolución social no puede limitarse a terminar con las diferencias de clase sino también con todas las diferencias de sexo.

Debo señalar que hasta ahora está abierto el debate sobre si puede haber un feminismo revolucionario, marxista, si es válido que las comunistas revolucionarias nos consideremos parte del feminismo. Pienso, sin por esto dar por resuelta la discusión, que somos parte del movimiento feminista, pienso que ese inmenso movimiento que es heterogéneo, diverso, que está en desarrollo exige que las revolucionarias marxistas participemos dentro de él para lograr que pueda ser hegemonizado por las concepciones que plantean que ese movimiento tiene que confluir con el movimiento obrero y popular, para lograr verdaderamente la liberación de las mujeres. No encuentro ninguna razón para estar fuera de él. Tampoco sería algo nuevo; por el contrario, en el movimiento feminista, no solo en los 60 sino desde sus orígenes, hubo corrientes revolucionarias y marxistas, como la que encabezó Clara Zetkin que luchaba por la organización internacional de las mujeres comunistas. Estas corrientes marxistas, nunca han sido hegemónicas, pero también es cierto que una parte del movimiento comunista de mujeres, nosotras incluidas, no estábamos de acuerdo en identificarnos como feministas, nos planteábamos: ¿por qué movimiento feminista y no sólo movimiento de mujeres? Identificábamos erróneamente al feminismo con algunas de sus corrientes en las que predominaban posiciones sectarias respecto al conjunto del movimiento popular. Creo que hoy podemos decir que somos parte del movimiento de mujeres y también feministas. Ya que no podemos olvidar que hay una masa de mujeres que son parte del movimiento de mujeres que no se consideran feministas, como muchas de nosotras no nos considerábamos hasta hace muy poco.

 Me parece que en la valoración de un movimiento social tenemos que partir siempre del contenido concreto que en cada momento tiene en relación a la lucha popular y revolucionaria. El contenido del feminismo hoy es la lucha por los derechos de las mujeres y está hegemonizado por sectores que plantean que hay que terminar con el patriarcado, o sea que ha superado mayoritariamente ubicar como contradicción principal la lucha macho-hembra para enfrentar centralmente como obstáculo a derribar el patriarcado, lo que implica atacar un pilar fundamental del poder y del Estado de la sociedad de clases. Y esto es así objetivamente, más allá de que se planteen terminar con el Estado de las clases dominantes, o se lo haga desde posiciones reformistas.

 En la lucha política y social convergemos sectores que tenemos muchas diferencias pero coincidimos en algunos puntos, ¿por qué no podemos transitar junto con un movimiento que podemos caracterizar reformista, dentro del feminismo, que pelea por reivindicaciones comunes a las que peleamos nosotras, incluido terminar con el patriarcado, a pesar de que mantengamos diferencias? Las marxistas no vamos a poder profundizar e incidir dentro de ese movimiento inmenso, heterogéneo, con mayoría de jóvenes que buscan terminar con la opresión de la mujer si no participamos activamente en ese movimiento, aportando modestamente nuestra experiencia y tratando de aprender de él.

La tercera ola

 Una tercera ola dentro del movimiento de mujeres se da entre las décadas de 1980 y 1990. De toda la riqueza que tiene destaco dos cuestiones. Una es que el ascenso del movimiento de mujeres se da, paradójicamente, en un periodo de retroceso del resto del movimiento popular a partir de la derrota histórica que sufre la clase obrera por la restauración capitalista en los países socialistas. Esto permite un gran avance de la derecha y de la reacción; se impone un nuevo orden mundial y se afirma el triunfo omnímodo del capitalismo imperialista. También en nuestro país, en la década del 90 con el gobierno de Menem-Cavallo, se impondrá la política llamada “neoliberal”, privatista y de profundo contenido antinacional y antipopular. Sin embargo, en este mismo período asistimos a uno de los mayores desarrollos del movimiento de mujeres que ha continuado en ascenso hasta hoy.

Además de un extraordinario desarrollo de la lucha política y reivindicativa del movimiento de mujeres, el otro hecho a destacar en este periodo es la elaboración teórica de la categoría de géneroJoan Scott es una de las que elabora este concepto según lo analiza Graciela Tejero Coni, quien ha contribuido mucho a la comprensión de que las mujeres no solo sufrimos la explotación como parte de la clase obrera sino una opresión de género, en cuanto somos mujeres. O sea que sufrimos una doble opresión, de clase y de género. Entendemos que en este sistema social la contradicción principal es de clase, pero la de género existe y exige un tratamiento específico. Siendo maoístas, también agregamos que en determinadas condiciones la de género puede pasar a ser principal, es decir, si un obrero golpea o quiere matar a su mujer, la contradicción principal en este caso no es de clase sino de género. Esto tiene una importancia fundamental para abordar las contradicciones que se dan en el movimiento popular.

Tenemos que precisar a qué se refiere esta categoría de género. Me parece acertada la definición que da Graciela Tejero Coni. Señala que “es un fenómeno social y cultural que hace referencia a las relaciones de poder, con carácter histórico, entre los varones y las mujeres. Por la cual, los varones se consideran socialmente sostenidos para tener poder sobre las mujeres. Por lo tanto, es una relación que incluye relaciones de propiedad, de clase y de producción y reproducción, que hacen tanto al pasado como al presente.

Entre los debates actuales está el tema de que se trata de una diversidad de géneros, no ya del género. Reconociendo la diversidad entiendo que hoy estamos ante el riesgo mayor de que al reconocer que hay otros géneros se termine tratando de invisibilizar y subestimar al gran género oprimido que es el de las mujeres. Esto es erróneo no solo porque somos la inmensa mayoría oprimida en esta sociedad sino porque los otros sectores oprimidos dentro del patriarcado, es por esa misma relación de poder estatal que se ha impuesto con la propiedad privada y la división de la sociedad en clases que llevó históricamente a la opresión de las mujeres, es este poder de los varones sobre las mujeres el que se extiende al resto de las diversidades discriminadas y oprimidas en esta sociedad. Tiene que ver con la complejidad de la sociedad actual y con los derechos que han ido logrando de todos los sectores oprimidos de la sociedad, se trata de una lucha no sólo de las mujeres sino de las homosexuales, lesbianas, travestis, trans y más, y es necesario respetar y defender los derechos de todos ellos. Pero insistimos que es grave que por esto se diluya la opresión de la mujer, o se la trate como una más. Como dice Mao Tsetung: “las mujeres llevan sobre sus espaldas la mitad del cielo”. Y si la opresión de las mujeres es invisibilizada y secundarizada, se subestima la importancia que tiene su lucha para barrer con todas las otras opresiones y discriminaciones.

La tercera ola en Argentina

Dentro de la primera década de este ascenso de la lucha del movimiento de mujeres, no podemos olvidarnos en Argentina del movimiento de Madres y Abuelas de Plaza de Mayo que surge en plena dictadura genocida. Esa lucha heroica que la inicia un puñado de mujeres exigiendo la aparición con vida de sus hijos inaugura en nuestro país el pañuelo como identificación de un movimiento. A los pañuelos blancos le seguirán luego el pañuelo verde por la legalización del aborto, el rosa de la emergencia en violencia, el rojo de la separación de la iglesia del Estado, el multicolor de las diversidades. Qué importante sería que todos se fundieran en un sólo gran pañuelo que pueda barrer este sistema espantoso de discriminación, explotación y opresión.

También en la década de los 80 ya en democracia se hará el primer acto masivo del 8 de Marzo, por el Día Internacional de la Mujer Trabajadora. Aquí un gran recuerdo para nuestra querida Carmela, Clelia Iscaro. Ella fue el motor de la unidad que se fue gestando en el movimiento de mujeres y de su confluencia en los Encuentros Nacionales de Mujeres.

En el año 1986 se realiza el Primer Encuentro Nacional de Mujeres, fenómeno único en el mundo que se ha sostenido durante 35 años. Han ido creciendo en masividad, con un gran salto que se produce por la incorporación de las jóvenes. Simultáneamente se produce en los Encuentros un cambio progresivo en el que los temas que tienen que ver con los problemas específicos de las mujeres adquirirán cada vez más presencia. No sólo se mantiene una gran participación en los talleres de desocupadas, de trabajo, de crisis, de situación política nacional e internacional, barriales, sino que comienzan a crecer cada vez más los talleres de aborto, de violencia, sexualidad, disidencias. Las que participamos desde el primer Encuentro recordamos que llegó un momento en que eran tantos talleres de cada uno de estos temas que nos costaba contarlos. Cada vez eran más las compañeras trabajadoras, campesinas, originarias que necesitaban participar y debatir sus problemas específicos en esos talleres. No eran solo problemas de las jóvenes o de las pequeñoburguesas, sino de la mayoría de las “encuentreras”. Variedad de talleres específicos que se mantiene junto a los grandes problemas de trabajo, tierra, crisis…

En este momento se da una gran lucha para que no se pierda o distorsione el carácter del Encuentro, para que mantengan su sentido plural en el que ningún partido o grupo se adueñe de los mismos. Porque en el momento que algún sector se apropiara y los Encuentros dejaran de ser autoconvocados, horizontales, democráticos, basado en los talleres, etc., se terminarían los Encuentros. Por lo menos estos Encuentros, únicos en el mundo, que convocan a decenas de miles de mujeres y crecen año a año. Como ha pasado siempre en cualquier organización masiva cuando predominan las luchas de partidos o facciones. Así pasó con las asambleas en el Argentinazo, que se fueron desmembrando, copadas por grupos sectarios. Es importante que las jóvenes que son hoy el gran contingente que van a los Encuentros puedan entender por qué defendemos tanto los pilares del Encuentro.

Hay un debate que para mí no es el principal –aunque por cómo se plantea se transforma en principal– con una corriente que sostiene la necesidad de cambiar el nombre que los Encuentros tuvieron desde su origen. En esta idea confluyen distintas posiciones y hay también mucha confusión sobre qué se discute. Entiendo que el nombre de Encuentro Nacional de Mujeres que nos identifica permitió durante más de treinta años garantizar la más amplia expresión de todas las mujeres que habitan en nuestro territorio dando cobijo y enriqueciéndose con la participación de las mujeres de los pueblos y naciones originarias, de las diversidades, de las hermanas latinoamericanas. Tenemos que dar esta discusión con la amplitud necesaria que permita garantizar la continuidad de los ENM.

 Siguiendo con los hitos en el desarrollo del movimiento de mujeres quiero señalar el caso de Romina Tejerina. Una gran lucha –que ha tenido también como escenarios muy importantes los ENM–, que se dio entre el 2003 y el 2005. Romina fue un caso testigo que permitió un gran salto en la comprensión de una cantidad de cuestiones muy profundas y difíciles. Romina era una joven jujeña que quedó embarazada por una violación, que negó su embarazo y que cuando nació su hijo, entró en pánico y lo mató. Mariana Vargas, una joven abogada en Jujuy, y María Conti encabezaron esta lucha, como integrantes del Partido Comunista Revolucionario y como parte de todo el movimiento de mujeres que tomó la defensa de Romina como una de sus banderas. Fue una lucha difícil lograr que las mujeres sencillas acuerden en defender a alguien que era condenada como asesina por la sociedad y el sistema judicial. Pero se consiguió que se comprendiera a una mujer jovencita violada, sin poder hablar de esto con nadie, que se defendiera negando el embarazo y entrara en un estado de locura vinculada al momento del parto, en el que lo único que quería era deshacerse de ese ser al que vivía como una cosa monstruosa. Se logró que en los movimientos de mujeres y en los Encuentros resonará la consigna de Justicia para Romina Tejerina. Y continuó luego la lucha por su libertad, ya que estuvo 14 años presa. Pero esta lucha, que en parte perdimos porque no logramos evitar la cárcel para Romina, en el fondo la ganamos porque se logró conmover a la opinión pública, incluidas figuras importantes de la cultura como León Gieco, y que se avanzara en comprender en la figura de Romina la inmensa injusticia que sufren cientos de mujeres.

De ahí la justeza de la consigna, que también se fue construyendo conjuntamente en los Encuentros y en el movimiento de mujeres de: Educación sexual para decidir, anticonceptivos para no abortar y aborto legal para no morir. Las tres son importantes y no están garantizadas en la Argentina. Porque la ESI no se enseña en la mayoría de las escuelas; en Tucumán está prohibida. Hablando de Tucumán, no quiero olvidarme que ese monstruo, hijo de otro monstruo, un abusador, Ricardo Bussi, ha presentado en la Legislatura tucumana un proyecto para declarar el 8 de agosto “el día de las dos vidas”, por la fecha donde perdimos la batalla por el aborto legal en el Senado.[3] También la ciudad de Tucumán se ha declarado Capital de “las dos vidas”. Y ese feto que es un monstruo que desfila con los pañuelos celestes ha sido hecho en Tucumán. Yo que soy tan orgullosamente tucumana tengo que hablar de las cosas espantosas que pasan en mi provincia y en todo el norte producto del peso que aún tienen los sectores más reaccionarios de las clases dominantes y de las iglesias.

En el comienzo de este siglo XXI, en lo que algunos consideran el desarrollo de una cuarta ola, se lograron grandes triunfos como la Ley del Matrimonio Igualitario; la Asignación Universal por Hijo que beneficia en general pero particularmente a las mujeres, porque se ganó que vayan a nombre de las mujeres.

En el año 2015 se produjo otro gran salto, que es el movimiento Ni Una Menos. Comienza con una lucha contra los femicidios en Santa Fe, después es tomada por algunas periodistas, trasciende y se produce un nuevo impulso en la masificación del movimiento de mujeres. El mismo desbordó el cauce que daban los Encuentros Nacionales de Mujeres y permitió a su vez un nuevo salto en los mismos. La relación es recíproca, pero ninguno se reduce al otro. Sin los Encuentros de Mujeres, no tendría la fuerza que tiene en la Argentina el movimiento de mujeres. Mayor que en cualquier otro lugar del mundo y esto sí no es chovinismo de pequeña potencia, esto es verdad. Pero al mismo tiempo, ese movimiento de mujeres con las características que tiene, con su complejidad, con los nuevos problemas que nos plantea, nos coloca en un escenario que trasciende lo del ENM y a la vez penetra en los mismos dando a los ENM una complejidad y una riqueza nueva. Entonces, si esta relación dialéctica no la comprendemos, vamos a tener dificultades. Tanto en qué curso va a tener el movimiento feminista que se despliega masivamente en las calles como en qué curso van a tener los ENM, porque son realidades que se interpenetran. Este es un debate que tenemos que profundizar.

El 19 de octubre de 2016 se realizó el primer paro de mujeres en nuestro país, tras el femicidio de Lucía Pérez en Mar del Plata. El 8 de marzo de 2017 hicimos el Primer Paro Internacional de Mujeres que se repitió en los siguientes 8 de marzo.

El movimiento Me Too (Yo también) surgió en el 2017 en EEUU, con un contenido similar al Ni Una Menos de nuestro país, denunciando abusos y hostigamientos sexuales de conocidas personalidades de distintos ámbitos públicos.

Y estamos asistiendo a la gran ola verde, que algunos consideran que podríamos hablar de una quinta ola. La ola verde no es el pañuelo verde simplemente, porque si no diríamos que está la ola verde, la rosada… No es sólo la importante lucha por la legalización del aborto. Esta ola verde integra todos los pañuelos, todas las reivindicaciones del feminismo y los tiñe de algo muy profundo que es la lucha contra el patriarcado. En ella se subsume toda la lucha de las masas oprimidas y discriminadas por distintas causas en esta sociedad de clases.

Como decía al comienzo, no creamos que este movimiento que hoy no puede salir en oleadas a la calle por la pandemia, no está vivo. Se está expresando en luchas como las de Pilar en Córdoba, como la de Santa Fe con el juicio por Rosalía Lara, donde se consiguió la televisación del juicio y el femicida –que además había sido un abusador serial– fue condenado a perpetua. Otra lucha importante fue la de Neuquén donde marcharon 600 personas, la de Quilmes, la de Tucumán, Jujuy, Salta… ha habido luchas en todo el país. Ese movimiento está, como está el movimiento obrero y popular, desesperado por terminar esta pandemia de una vez y poder salir a imponer lo nuestro en las calles, que es el único lugar en donde el pueblo puede pelear e imponer sus derechos.

Por eso muchas cosas que están pasando y envalentona a la oposición de derecha, se origina en esa inferioridad que tiene hoy el movimiento popular, que es consciente de la necesidad de la cuarentena, consciente del riesgo de muerte que se corre que es muy superior en los sectores más pobres, consciente de las terribles debilidades que tiene el sistema de salud. Nuestras médicas, enfermeras, camillistas y compañeros. Compañeras de la CCC y de otros movimientos sociales que están atendiendo los comedores solidariamente, se están muriendo, en condiciones donde no tienen ni siquiera los mínimos elementos de protección. Estamos sufriendo mucho y estamos luchando en las condiciones que nos impone la pandemia.

Algunos debates en el movimiento de mujeres

El gran debate gira alrededor del patriarcado. Algo ya adelantamos sobre esto: se podría reducir a si predomina una concepción reformista o a una concepción revolucionaria sobre el patriarcado. En estas diferentes ideas tiene mucho que ver si se entiende o no el origen del patriarcado. Porque si se entendiera que el patriarcado existe porque existe la propiedad privada y la división de la sociedad en clases sociales y que el Estado la sostiene, se podría entender inmediatamente que si no se termina con esto que caracteriza hoy a la sociedad capitalista podremos arrancarle algunas cosas importantes al patriarcado, pero éste no se va a caer solo. Hay que voltearlo.

Micaela Gomiz, en el artículo “Debates abiertos en el movimiento de mujeres y feminista”, que antes recomendé, se hace esa pregunta, el patriarcado ¿se va a caer o hay que voltearlo? y desarrolla un debate muy de fondo sobre este tema. También arroja luz sobre un importante debate el artículo de Belén Spinetta publicado en Lanzallamas, una muy buena revista cultural juvenil, Prostitución: sacar el velo de la ‘polémica’”sobre la cuestión de qué se discute detrás del planteo de la prostitución como trabajo sexual.

Entendemos que si se comprende el origen y las causas de la opresión de las mujeres, se tiene que comprender inmediatamente que hay que terminar con esta sociedad y este poder, para generar las condiciones necesarias, no suficientes, para terminar con el patriarcado. Este es el debate.

Dentro del feminismo reformista hay distintas vertientes, hay algunas que son individualistas, que tienen un fuerte sostén en las concepciones posmodernas. Entre esas, el autor del concepto de deconstrucción es Jacques Derrida, un escritor francés posmoderno o posestructuralista que lo utiliza vinculado a la linguística y al lenguaje, pero que se ha hecho extensivo a posiciones que privilegian los cambios en la superestructura. Él es quien lo plantea, poniendo el centro en lo superestructural, ignorando o subestimando la base material de la que dependen. Me refería anteriormente a situaciones inversas, en que se le da importancia a la base objetiva material, y a veces se subestima la base ideológica, las concepciones, etc. Pero en general predomina el considerar que cambiando elementos de la superestructura o de lo ideológico, por sí mismo va a cambiar la sociedad.

Muchos de los posmodernos vienen del marxismo, sobre todo decepcionados del PC francés, que ha considerado la derrota del socialismo como un fracaso de la teoría marxista, por lo que proclaman el fin de lo que ellos llaman “los grandes relatos”, entre ellos el de la posibilidad de cambio social. La mayoría de ellos discute contra el dogmatismo que adjudican al marxismo, pero afirman el dogma de que este es el único mundo posible; que este es el único sistema posible y, como dijo el expresidente de Uruguay Pepe Mujica, ex Tupamaro, “ya que no podemos cambiar la sociedad nos tenemos que conformar con cambiar las veredas”. Algunos tienen un poco más de ambición que cambiar las veredas, pero se quedan en el cambio del pequeño sector que pueden cambiar o en el cambio individual.

Llevada a lo individual, a los subjetivo, la idea de la deconstrucción acentúa la importancia que tendría que cada uno cambie las ideas y los prejuicios que tenemos. Por ejemplo, si nos deconstruimos entenderíamos que en las tareas domésticas no es que el varón tiene que “ayudarnos”, sino que hay que hacerlas en conjunto. Bienvenida esa deconstrucción. Para nosotras sería parte de la lucha ideológica, política, de ideas, activa, dentro y fuera de la casa. Pero no se puede pretender que a partir de este cambio individual, algún día cambie la sociedad. Por el contrario, el principal cambio en cada uno de nosotros se produce con la comprensión de la necesidad de cambiar revolucionariamente la sociedad.

Hay otra corriente, tratando de sistematizar y con el riesgo de simplificar, que no niega lo colectivo, al contrario, la definiría como un reformismo social colectivo, que plantea la idea de que como la clase obrera ya no es más el sujeto del cambio revolucionario –otro dogma que se afirma–, hay nuevos sujetos sociales que son los que pueden producir esos cambios. Nuevos actores, por ejemplo, las mujeres, los ecologistas o los pueblos originarios. Así se sostiene que el feminismo va a lograr que se acabe el patriarcado, o que el feminismo va a terminar con lo que para Federici es la base fundamental del capitalismo, que es el trabajo doméstico. Dice que si termináramos con el trabajo doméstico terminaríamos con el capitalismo. Ahora, cómo se puede terminar con el trabajo doméstico sin terminar con el capitalismo, no lo puede explicar Federici.

Muchas de estas posiciones reformistas se vinculan con los planteos de construir poder populareconomía popular y prácticas emancipadoras. Que sería en definitiva la forma de cambiar evolutivamente la sociedad. Ese es nuestro debate con el feminismo reformista y con todas las corrientes afines, con las que nos unimos en la lucha actual. Lo hacemos fraternalmente y partimos de que lo principal es lo que nos une como parte del pueblo en la lucha contra los poderosos enemigos que enfrentamos.

También y para terminar antes de abrir el intercambio con ustedes, quiero reafirmar que hay dentro del feminismo una posición revolucionaria y proletaria que comparto, que plantea que es necesario, a la vez que se pelea para terminar con las lacras del patriarcado, luchar para terminar con lo que lo sostiene, que es este sistema social basado en la explotación y la opresión: el sistema capitalista en su etapa imperialista. Y en nuestro país nos exige barrer con el Estado oligárquico imperialista para avanzar en un proceso de liberación nacional y social que permita la liberación de las mujeres. Para lo cual es imprescindible el papel dirigente de la clase obrera y de una vanguardia revolucionaria, como el núcleo que ayude a unir a las grandes masas, oprimidas y explotadas en todo el mundo, para barrer con toda forma de explotación y opresión.

Seleccionamos algunas de las preguntas:

-Hablábamos con las compañeras sobre el movimiento de mujeres, los distintos feminismos, sobre todo el tema de la violencia contra las mujeres y se armó un debate interesante, que es si las mujeres trans, travestis, todas las feminidades que biológicamente no son mujeres, pueden ser consideradas como parte del movimiento de mujeres. Como si fuera un subconjunto dentro del movimiento de mujeres.

Yo creo que si se consideran mujeres son parte del movimiento de mujeres. Además, creo que es un avance de la lucha contra la opresión y la discriminación que no las discriminemos.

-Una compañera consideraba que son parte del movimiento feminista pero no del movimiento de mujeres.

Rosa: Hay una gran confusión. Me incluyo y trato de organizar mi confusión, porque hay cada vez más aspectos nuevos que conocemos. Me ayudó en esto un cuadro que hizo Graciela Tejero Coni, que diferencia tres niveles: sexo, sexualidad y género, que como toda clasificación corre el riesgo de simplificar lo que es mucho más complejo.

El sexo es biológico y se conocen tres: mujer, varón e intersex, que no puede ser definido ni como varón ni como mujer. Eso es un dato biológico y tiene bases biológicas registrables. El intersex fue muy cruelmente tratado por la medicina, con tratamientos hormonales en forma indiscriminada sin respetar las decisiones y los sentimientos de cada una de las personas intersex, tratando de normatizar si son mujeres o varones.

La sexualidad es construida social y culturalmente y depende de las elecciones y preferencias individuales. Los usos y costumbres sexuales varían culturalmente, socialmente, individualmente y tiene que ver a la vez con el objeto de placer y satisfacción sexual, con la elección subjetiva. No está determinada biológicamente.

El género y los géneros, tienen que ver con una cuestión de poder y de opresión de un género dominante, jerárquico, masculino por decisión social; opresión que como he desarrollado tiene que ver con el patriarcado y el lugar subordinado de la mujer, principalmente, pero que se proyecta sobre otras identidades sexuales también discriminadas: transexuales, travestis y aún quienes dicen “no me considero ni varón ni mujer”. He dicho que soy respetuosa de estos fenómenos relativamente nuevos, mucho de los cuales no comprendo profundamente. Sin embargo, advierto que en estos temas empieza a tener mucho peso el relativismo postmoderno, porque parecería que no se acepta ninguna relación con la realidad objetiva, sino que todo es subjetivo.

Así como era un grave error desconocer la importancia de la subjetividad tampoco es correcto negar lo objetivo; lo biológico sin duda está condicionado culturalmente y por la percepción subjetiva, pero existe. No reconocerlo es fuente de mucha confusión psicológica sobre todo en los adolescentes.

Estas ideas están unidas a un marco teórico que considera que todo el cambio es a nivel de las ideas, de las conciencias, de las concepciones y de la subjetividad. No reconoce que existe lo objetivo y lo subjetivo y que hay una contradicción entre lo subjetivo y lo objetivo. Entiendo que es fundamental no reducir ninguno de los dos aspectos al otro. Cambiar lo objetivo no cambia de por sí lo subjetivo. Crea las mejores condiciones para que cambie, pero no es mecánico. Y muchísimo menos es correcto creer que sólo por cambiar lo subjetivo vamos a cambiar lo objetivo. Claro que, a la vez, si no hay cambios subjetivos no va a cambiar lo objetivo. Esta relación dialéctica es la que se da también entre la teoría y la práctica. El propio marxismo, que es una elaboración teórica a partir de la práctica, plantea que la teoría revolucionaria debe dirigir la práctica, para que esa práctica pueda culminar en una salida revolucionaria.

Entonces, la relación teoría-práctica, objetivo-subjetivo, es una relación dialéctica donde lo principal es lo objetivo, la práctica. Pero al mismo tiempo y en determinadas condiciones lo subjetivo y lo teórico pasa a ser principal. Estos temas complejos, en apariencia abstractos, están presente en la realidad concreta del movimiento de mujeres y se expresa en los debates que señalamos. A mi entender, tenemos que poder abordarlos desde el punto de vista de clase, con una perspectiva revolucionaria y desde la concepción marxista, leninista, maoísta, o sea, científica. Y tenemos que hacerlo en estrecha relación con la rica práctica del movimiento de mujeres.


Rosa Nassif es psicóloga, psicóloga social, dirigente del Partido Comunista Revolucionario e integra el Consejo Asesor Ad Honorem del Ministerio de las Mujeres, Géneros y Diversidad. Ha publicado los libros: El Che (Ed. Ágora, 1995) y ¿Es posible conocer la realidad? Nuevos y viejos debates en el siglo XXI (Ed. Cinco, 2011).